Una pieza no es estática, una pieza es parte lo que uno hace y parte lo que ve la gente en ella

Mónika Ejerhed. Foto: Lázaro Grimaldi

L. Carlos Sánchez

Complicado hacer un recuento total de los objetos, desde la memoria. Al cerrar los ojos como un ejercicio de evocación, revivirá el sonido del agua que cae en un estanque. El sonido del viento que mueve las hojas de los árboles.

Si el recuerdo es imagen, saldrá a flote una alberca que seduce. Las ganas de echarse un clavado y permanecer en el agua. También acudirán, a la cita de la evocación, algunas brochas, en un orden que parece también una obra de arte accidental, una y otra escultura metálica, la optimización de todos los metales vistos a su paso, también de rebote nos sorprenderá una pipa de bronce, “Me la regaló mi nieto preferido”, subrayará la voz de la propietaria.

La voz es de Mónika Ejerhead, el contexto es su casa que es su taller: una escultura siempre en construcción. Mónika se asume hiperactiva, y la actividad con la que se desenvuelve, rubrica su sentencia.

A unos días de inaugurar su exposición Semblanza, que tendrá lugar en Museo de Arte de Sonora (MUSAS), la artista plástica que es Ejerhed, nos abre las puertas de su casa. Antes de acceder, al llamado de buenos días, Mónika pregunta, ¿quién eres?, lo hace sin voltear a vernos, porque su concentración está puesta en una de sus esculturas, quizá el trabajo final, quizá el perfeccionamiento de la misma.

Con sonrisa nos atiende. Nos da un trato como de viejos amigos, como si nos hubiéramos visto desde siempre. “Pero no me pongas a posar”, dirá cuando el compañero fotógrafo, Lázaro, se dispone a instalar su equipo de grabación.

Sin preámbulo, como esos peces que se sumergen en el estanque, Mónika habla de su país natal, “Soy de Suecia, pero también soy mexicana”, apunta. “Suecia, un país generoso por su sistema de gobierno”, añade.

“Así como soy me gusta que conversemos, no sé posar, ni quiero”. Mónika y su pantalón azul, su blusa verde, los huaraches y esa cola de caballo desde su pelo, su sonrisa una y otra vez, accede a responder preguntas sentada un sillón, en el porche de su casa, que también contiene elementos de recicle y se interpreta como una escultura.

Las palabras fluyen, el sonido de claqueta es también imaginario, o innecesario. Y la conversación toma su curso.

–Mónika, ¿a qué edad saliste de Suecia?

–A los diecinueve años, terminando la prepa tomé un barco de carga y vine para acá.

–¿Por qué elegiste este país?

–Porque estuve trabajando en el 59 en Italia, en trabajos voluntarios, allí conocí a un mexicano, hicimos un camino, él me fue  visitar a Suecia, luego nos seguíamos escribiendo, y me vine para acá, me gusta mucho viajar. El barco salió de Holanda, de Róterdam, llegó a Miami, después a Veracruz.

–¿Cuéntanos de tu infancia?

–Andaba mucho en el bosque, en los veranos, en los inviernos, salía a esquiar, llevaba a mi perro y él me regresaba. A veces iba en caballo. Mucha naturaleza. Solitaria, porque siempre he sido solitaria, callada. Tengo buenos recuerdos, mucho mar, botes de vela, mis tíos tenían botes de vela, me encarna el mar. Tuve muchos accidentes, siempre he sido muy atrabancada, hasta la fecha.

–¿En tu infancia se da el primer encuentro con la plástica?

–Mi papá murió cuando yo tenía diez años, pero antes de eso yo recuerdo que él me dijo que soy muy práctica, porque yo hacía barcos de troncos. Recuerdo que una vez hice un avión con esquíes y en eso me deslizaba por los montes. Sí era muy práctica. Mi mamá era dibujante y pintora, dibujante durante la segunda guerra mundial, dibujaba cartas, ella estudió artes plásticas, pintaba, nunca fue de las que vendían obras, pero estaba dentro del ambiente artístico, en teatro y pintores, bueno, pintores no tanto, más bien en teatro.

–¿Tienes el recuerdo claro de cuándo es que decides dedicarte al arte plástico, o es inherente a tu vida?

–Inherente es que siempre hago cosas. En mi casa hago cosas de plomería, electricidad, pegar ladrillos, hacía toda la ropa de mis hijos, macramé, soy hiperactiva. Cuando me divorcié empecé a decirme: ¿ahora qué hago? Los maridos ocupan mucho tiempo, y yo ya soltera tenía mucho tiempo libre. Empecé a estudiar agricultura, pero no quería empezar esto en un principio, yo me dedicaba mucho al jardín, también.

Entré a la Casa de la Cultura, cuando empezó a funcionar, entré a estudiar teatro, porque como soy muy callada, dije: voy a aprender a hablar. Para escribir, soy demasiado perfeccionista. Probé de todo, incluso la música, pero no tengo el oído que se requiere para eso, entonces entré en pintura y sí… luego entré al taller de cerámica de la Universidad, ya había trabajado un poco con barro, y me gustó lo que hacía, como que le gustaba a la gente, y a mí también, entonces dejé la pintura y empecé con la escultura.

–¿Hermosillo te eligió para que te quedaras, o tú lo elegiste?

–Mi esposo era de aquí, de aquí eran sus padres.

–¿Qué te dice el desierto?

–Es un reto. Mucho calor. En Suecia nos gusta mucho el sol. Pero hay muchas cosas en el desierto que yo he descubierto durante los años, no está desierto el desierto, y donde se encuentra con el mar, es muy interesante.

–Mi percepción para contigo, al mirar el contexto de donde vives, me lleva a concluir que tú te formas otro mundo.

–Me formo en el mundo donde estoy, me adapto a donde estoy, por ejemplo la alberca la hice porque hace mucho calor en el taller en donde trabajo, y para meterme con todo y ropa y seguir trabajando, pues tengo que tener una alberca, entonces me puse a hacer adobes escarbando aquí, tengo un cuarto de adobe, todo lo he hecho poco a poco, y si vivo en otra parte igual me adapto, así lo hice en Cuba donde empecé a trabajar con lo que había y eso mismo he hecho aquí. Yo adapto el espacio según como yo lo quiero y siempre me ha gustado trabajar. Mi visión era trabajar en el campo con animales y tierras, plantas, estar cerca de la naturaleza, pues aquí tengo hortaliza en el techo, tengo unas gallinas, tengo techo verde y cosas así. No me gusta depender, entonces estoy haciendo páneles solares, y ya no tengo boiler, tengo calentones solares, los primeros los hice yo, de manguera negra. Yo he levantado lo que tengo, este es mi espacio, pero si viviera en otra parte, que me encantan los trópicos, me encanta la nieve, pero aquí vivo y aquí es mi espacio.

–Tu próxima exposición, que será en unos días, en MUSAS, se titula Semblanza, ¿por qué el nombre?

–Yo no quería exponer, para empezar. Ya he expuesto mucho, pero es un privilegio, y porque soy parte de la colección permanente, pero el curador Octavio Avendaño, me convenció, es una persona muy agradable, y él ya tenía un nombre, no me acuerdo del nombre, y yo les dije que no le pusieran la palabra homenaje, porque eso se hace en los últimos años de vida de la persona, a mí me queda mucho por vivir, después de los cien años que me hagan homenajes, ahora no. Y no recuerdo quién me dijo: ¿Por qué no le pones semblanza? Es una palabra muy parecida a la que me había sugerido Avendaño.

–¿Semblanza es como el resumen de lo que has sido?

–Para mí semblanza es que tú eres una persona, ¿y cómo es?, pues es esto y aquello, y así es, ¿no entiendes tú la palabra así?

–Técnicamente se entiende como el currículum de lo que has sido o lo que eres.

–Esta exposición es de esculturas de varios tiempos, y a lo mejor semblanza no es una palabra que yo he usado, pero me gustó lo que yo entiendo de esa palabra. Acuérdate que yo no estudié aquí, no estudié español, pero me gustó la palabra, en lo que yo entendí de esa palabra, es una palabra muy sencilla, además las eses son muy amarillas, y la eme también. Todas las letras tienen su color.

–Me dices que no te gustan las exposiciones, o que no quisieras exponer.

–Hago muchas otras cosas. Mi casa es mi escultura, siempre construyo, renuevo, cambio, adapto, lo mismo la vida, las gallinas, las hortalizas que ha sido mucho trabajo el producir hortaliza en el techo de la casa, pero no me doy por vencida, todo es un reto.

–Sin embargo algo bueno tienen las exposiciones. ¿Para qué podrían servir, según tu ponto de vista?

–He hecho muchas exposiciones, ya lo hice, ya lo experimenté, pero ahora estoy sacando archivos, estoy recordando, es como ir al pasado y recordar y a lo mejor es como una inspiración para seguir trabajando en la escultura porque sé que tengo mucho que dar, no sé qué va a resultar, pero todo es para bien.

–¿Qué te ocurre de manera interna en la emoción, en el cuerpo, cuando estás construyendo una pieza, qué experimentas?

–Me adentro en lo que estoy haciendo, en lo que puedo hacer con el material y lo que me dice el material.

–Y emocionalmente, ¿algo pasa?

–Me gusta lo que hago, no tiene fin.

–¿Hay una euforia?

–No seas tan romántico. Pero sí, es como una cosa que sigues y sigues, y se te ocurren cosas y vas pensando qué es lo que estoy haciendo, y qué veo en lo que estoy haciendo, porque es algo muy espontáneo, y esta línea va para acá, ¡mira nomás lo que hay aquí!

–¿Por qué no he de ser romántico si me puedo suponer que al contemplar una de tus piezas genera emoción?

–Es tuya la emoción. Qué bueno que sientes emoción de ver una pieza, y puede ser rechazo, puede ser agrado, o euforia como tú dices, es emoción y es lo que yo quiero transmitir y a mí me gusta mucho ver lo que transmiten mis piezas en otras personas porque muchos ven cosas que yo no veo, muchas veces uno hace cosas sin darse cuentas que lo hace y eso lo ven otras personas. Una pieza no es estática, una pieza es parte lo que uno hace y parte lo que ve la gente en ella.

–¿La escultura es la disciplina en la que mejor te mueves?

–Sí, la construcción también, por eso la trato como una escultura, en los detalles que hago. Sí se puede decir que la escultura es donde mejor me muevo, aunque ahorita ya no se dice escultura, ahora le ponen tantos nombres, hay muchas cosas, se ha desarrollado y estoy consciente de eso, pero me gusta mi manera de trabajar y de ver cosas nuevas también. Me gusta saber lo que pasa, captar un poco, entenderlo, lo mismo me pasa con la música.

–Todo el día tienes música en tu contexto. Ahora suena el agua, y es permanente.

–Es el estanque, los peces, esa cascada da oxígeno a los peces. Algunos peces rechazan el sonido porque no pueden dormir, pero algunos se relajan.

–Mónica, te agradezco la conversación.

–Gracias, fue interesante, me gusta que me pregunten porque yo no sé qué decir.

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