Texto y foto: Bruno Herley.
No diré dónde ni cuándo. Pero fue un encuentro extraño. Ver a una persona que hace años no sabía nada de ella, es grato, aunque el giro de la vida sea abrupto.
Sentados o parados en una esquina, miraban a las personas pasar de un lado a otro. En ellos el tiempo tenía un ritmo lento, como de terciopelo.
—Al Piru le metieron el fierrazo en las costillas —dijo Pepe.
—¿Por qué?
—Por panochón.
—¿Cómo es eso?
—¡Pues por panochón! ¡Por hocicón! —aclaró Pepe y miró a los otros, como buscando aprobación después de la aclaración.
—¿Pues qué dijo?
—Si te digo el otro enfierrado serás tú.
La tarde, con su color magenta, se precipitaba en un color rojo obscuro, a donde los rayos del sol llegaban lánguidos y las estrellas aparecían con su luz temblorosa, acompañadas de la luna en forma de uña.
—¿Y qué tanto hacen aquí?
—Pues mirar —dijo Pepe y volteó hacia uno de sus acompañantes.
—Estamos viendo a ver quién se apendeja —la voz de Carlos, atiplada, bien podría lucir en algún recital.
—Están cazando.
—No mames, compa. ¡Ponle a la verga! —dijo uno que no dio el nombre.
—No le hagas caso —Pepe.
La gente pasaba rápido, mirando hacia el suelo u otro lado. Una Coca-Cola, a pesar de lo helado, sudaba en la tierra. Pepe chupó el cigarro y lanzó una humareda larga, blanca, que fue a expandirse a la calle de enfrente.
—¿Cuesta mucho decir algo aquí?
—Aquí, hablar es como ponerte una soga al cuello. Pero depende mucho de qué vayas a hablar. Si te dijeron que dijeras algo, pues no hay pedo. Si dices lo que no debes, pues sí hay pedo —Pepe, sentado a la orilla de la acera, hablaba y fumaba a la vez, detrás de él, los otros no dejaban de moverse.
Los cerros cortaban la poca luz que quedaba del sol. En los cables de los postes los pájaros descansaban en fila, soportando el frío y esperando la noche, de vez en cuando cantaba alguno, llenando el silencio de la calle.
—¿Tú eres el bueno aquí? —pregunté a Pepe.
—Nadie es el bueno aquí. La lana es la buena aquí. Quien tiene lana manda —al contestar lanzó la colilla lejos, ésta dejó un trazo ondulado en el aire.
—¿Pero qué onda? ¿Por qué llegaste a esto?, Pepe.
—Nomás.
—¿Qué con eso?
—¿Qué de qué?
—¿Por qué nomás?
—Pues nomás.
Pepe se levantó y sacudió la parte trasera de sus pantalones. Algo le dijo a uno de los que estaban parados detrás de nosotros; su voz era como un chorrito de agua: los escuché, pero no entendí.
—Ya es hora de que le pongas —Pepe me miró y vi en sus ojos algo de aquel muchacho a quien le diera clase hace años atrás, pero había también algo seco, como un puño de tierra.
*Bruno Herley. Ha publicado en antologías de poesía y cuento, tiene una novela corta de nombre Dios es sólo un nombre (cómo matar un pájaro con marketing), disponible en Amazon.