
Hilda Valencia
¡Maldito sea el traidor a su patria!
Oliver Frljic: “Yo solía decir que el teatro debería ser el espejo de la sociedad”, reflexiona. “Ya no digo este tipo de cosas, el cáncer del cinismo se comió la ingenuidad de mi tierna edad”.
El Teatro Mladinsko fue fundado en Ljubljana en 1955 como el primer teatro profesional para niños y jóvenes en Eslovenia. En la década de 1980, se convirtió en un centro de investigación teatral para actores, directores, coreógrafos y músicos para investigar, desarrollar y crear, así como hacer teatro políticamente comprometido.
Oliver Frljic director de la obra, solo con el título nos desafía como espectadores: ¡Maldito sea el traidor a su patria!, es la última estrofa de himno de la extinta Yugoslavia.
La primera imagen es la de dos mujeres sentadas a los costados del escenario, y cuerpos tirados en el piso abrazado cada uno a un instrumento musical. Después de un largo silencio, imperceptiblemente dejan escapar un gemido a través de los alientos, las cuerdas, sonido que va en crescendo para luego emerger del piso hombre-instrumento en un aliento de muerte que genera vida. Después de ese espacio de réquiem, la vorágine de palabras y acciones internas y externas ya no nos darán respiro, todo es combativo y vociferante, lleno de afirmaciones radicales pero reflexivas, palabra informante pero directa, a boca de jarro, prudente pero consistente, actores en primer plano, desnudos, gestualidad y la palabra siempre la palabra. Los protagonistas, es decir todos, se presentan con sus biografías ficticias o verdaderas, donde la narrativa teatral me atrapa, me desconcierta y de pronto una mano empuña una pistola y mata uno a uno y los cuerpos se desploman inertes uno a uno, luego con una energía descomunal se levantan todos para continuar. El efecto es increíble, absurdo pero cierto, la energía es avasallante. Esto sucede una y otra vez durante el espectáculo y a pesar de ello siempre me sorprende.
Me pregunto, ¿Quién es este director? ¿Cómo llega a estas imágenes extremas? ¿Y cómo trabaja con los actores, que los hace descender al infierno?
Oliver Frljic es reconocido como uno de los mejores directores contemporáneos, quienes han escrito sobre él, dicen que se acerca en sus trabajos radicalmente al amor y al odio, ubica al actor y al espectador en una interconexión de locura y dolor. Y sí, en efecto, los actores y actrices realizan una interpretación perturbadora, utilizando sus experiencias políticas y la guerra para cuestionar los límites entre lo artístico y la libertad social, la responsabilidad individual y colectiva, así como la tolerancia y los estereotipos que como sociedad vamos viendo naturalmente: guerra, violaciones, feminicidios, violencia, corrupción, migración.
“Esperamos más de nuestros espectadores que sólo observar, intentamos involucrarlos en el diálogo, hacerlos una parte activa de nuestro montaje. Creamos un espectáculo, pero no lo hacemos en el vacío, críticamente observamos nuestra sociedad, la comentamos y luchamos por darle forma”, señala la agrupación.
La obra se mueve en un espacio vacío, apostando a la actoralidad, se comportan como un equipo que acepta el juego del otro, para luego contar al público sucesos o historias, los personajes son los actores ficcionados, se preguntan, se cuestionan, no hay artificios teatrales y siempre llegan al mismo lugar, a la muerte, a preguntar al público que es lo que estamos esperando. ¡Maldito sea el traidor a la patria!, pueden ser ellos, tú, o yo.
Oliver apuesta a crear conflicto con el público, dividirlos y reafirmar su singularidad, no a la unidad, piensa que los espectadores deben comprender que ellos también son parte del conflicto, de la historia, que el espectáculo comienza y termina mucho después del desempeño real en sí.
La cuerda se estira tanto, por supuesto que hay situaciones que llegan al humor negro, pero es el sarcasmo, la humillación, el sometimiento, donde la victimización, el absurdo y los valores hacen que el público comparta la ficción pero entonces viene el balde de agua fría.
“Mexicanos pendejos, hijos de puta, vayanse a la chingada” primero la gente se ríe, pero no es ficción, viene una interminable ennumeración de todo lo que hemos permitido los mexicanos: abuso de menores, la guerra del narcotráfico, trata de mujeres, humillación y desprecio a la migración, todo con datos duros,… de la risas se pasa al silencio, la incomodidad, el toser… Y por supuesto el disparo de muerte al vociferante.
En Oliver su trayectoria ha sido la búsqueda de nuevas formas de transmitir el mensaje, al mismo tiempo que da voces a aquellos que a menudo son invisibles o están poco representados en la sociedad, dice que utiliza el desafío para minimizar su marco ficticio para que la gente lo confunda con la realidad que representa.
No hay tregua alguna, los muertos en proscenio cubiertos con banderas y la palabra que cuenta, informa, denuncia sin descanso.
La esperanza esté puesta en cada uno, pero la guerra esta en todas partes, Teatro Mladinsko nos hace reflexionar la necesidad del teatro como un espacio de acción social donde como decía el poeta: “es un tiempo de guerra, tiempo sin sol”.
Hagamos la paz.