
Juan José Flores Nava
Álamos, Sonora.- Hay que tener la dosis exacta de locura. Y talento. Entonces, combinados, un día sentarse al piano para empezar tocando, por ejemplo, a Beethoven y su famosa Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor “Quasi una fantasia”, Op. 27, n.º 2, mejor conocida, en efecto, como “Claro de luna”, y de repente, en una de esas, sin que el escucha sepa cómo ni cuándo, dejar que fluya, al mismo tiempo, la melodía de “Bésame mucho”, esa obra maestra de la compositora mexicana Consuelito Velázquez. Y luego, otra vez, llevar a la cima el “Claro de luna”. Y de nuevo elevar “Bésame mucho”. Y una vez más de ida y vuelta. Y así hasta cerrar la pieza.
Eso es lo que suele hacer el pianista David Barandela en su serie de conciertos llamada “De Mozart al Swing”: convertir en uno lo que parecen ser dos, juntar lo disímbolo, unir agua y aceite (sin prejuzgar la condición del agua y del aceite), volver sólo momento presente dos periodos, distantes en el tiempo, de la música. Lo que suele hacer David Barandela entre Mozart y el swing es lo que hizo ayer en Álamos. Lo que hará hoy y toda esta semana aquí, en la otrora capital del antiguo Estado de Occidente: fusionar mucha de la mejor música que pueda caber entre los siglos XVIII y XXI: clásica, swing, bolero, jazz, rock and roll…
David confiesa que muchas veces, cuando está tocando, no sabe ni cómo aparecen las combinaciones. ¿Qué habría pasado –se pregunta– si Mozart hubiera conocido a los Ángeles Azules o a Carlos Santana? Y lo responde de la única manera que le resulta posible: fusionando su música al piano. Es verdad que el público no espera un concierto de esta manera, pues el piano lleva en su destino un aire de solemnidad; no obstante, al ir avanzando el concierto, el auditorio se involucra, lo hace incluso cuando se trata de escuchas con aires de mucha seriedad, como los de ayer en Álamos, que ni con la música del gran Elvis (la Pelvis) Presley o el monstruo Jerry Lee Lewis parecían sacudirse la solemnidad.
Y precisamente es eso, la solemnidad, con lo que trata de romper David Barandela. Ataviado con su sombrero fedora, sus zapatos de charol en blanco y negro, y acompañado al final por esa dama enorme de largo vestido rojo, guantes de seda y lunar junto a los intensos labios carmín, la sonorense Mayeli Burguete, David se aventó la irreverencia de mezclar, pues, músicos y obras como Dave Brubeck y su “Take five” con el soundtrack de la cinta Misión imposible. “Me doy cuenta”, dice, “de que ambas piezas tienen el mismo compás de cinco cuartos y de que llevan incluso hasta las mismas notas; el gran músico que se encargó del soundtrack de Misión imposible lo único que hizo fue una variación de ʻTake fiveʼ. Porque lo que hay en la música son variantes. Y punto”.
La premisa de David es una: hay que ser realista: el músico no puede tocar ya sólo para él. Hay que escuchar lo que está escuchando la gente. Y hay que tocar eso que escucha la gente, pero con la única condición de que sea de calidad. Esto, además de divertido, permite, según David Barandela, identificar de dónde viene la verdadera música.
Para ello tiene una fórmula matemática que resume del siguiente modo: clásico es igual a jazz, jazz es igual a swing, swing es igual a bebop, bebop es igual a rock and roll, rock and roll es igual a rock, rock es igual a soul… Porque, sostiene David, la música buena es una telaraña que va uniendo todo.
“¿Que si estoy loco?”, se pregunta, ahora, a sí mismo: “¡Claro que lo estoy; sí estoy loco; me lo han dicho varias veces. Pero si un músico no está loco, ¿qué hace? No va a aportar nada. No olvidemos que quienes han hecho las mayores aportaciones a este mundo son siempre los irreverentes”.
Nota Bene: Este año, David Barandela celebra el vigésimo aniversario de Barandela Big Band Orchestra y, a manera de celebración, anda promoviendo el disco más reciente con su banda: Rockabilly swing (Urtex). Por si fuera poco, también lleva bajo el brazo su primera producción como solista: Manos de oro (Urtex), el mismo nombre con el que su abuelo y maestro, Pepe Castillo, solía llamarlo de manera afectuosa.