Sesenta veces un volar

L. Carlos Sánchez

Hay motivo de celebración. Porque la mirada de más de quince mil niños estuvieron allí. En ese vuelo colectivo a través de la imaginación. Propuesta desde la habilidad de los actores, la música, la dirección de escena, la escenografía, el vestuario. La utilería que es una ventana al cielo.

Desde la organización generosa para llevar al teatro a los niños. La formación de públicos, la fantasía que se convierte en espejo y en él la mirada es un guiño hacia el interior de lo que somos.

Pajarita un nudo de mariposas, dramaturgia: Marie-Eve Huot; Traducción: Humberto Pérez Mortera; montaje de Colectivo Independiente punto Tres. Obra que tuvo su recorrido por diversos municipios del estado, bajo la dirección de Rafael Evans y dentro del Programa Nacional de Teatro Escolar, llega a sus sesenta representaciones.

No es fácil que en el páramo histórico que es la cultura en nuestro estado, ocurra esto. Sin embargo, de un tiempo a la fecha, desde la independencia que es pasión, desde los recursos institucionales que son la construcción de todos, el arte ha ido permeando en la sociedad. Como la humedad. A cuentagotas. Despacio y sin pausa.

El Colectivo Independiente Punto Tres, desde la panóptica dirección de Rafael Evans, hace un buen de tiempo que vive preocupado y ocupado de lo que en materia de violencia y marginación nos acontece a los sonorenses. Y su conclusión quizá sea que solo el arte puede salvarnos.

Por eso un día donde hubo balas habrá teatro. Y se hizo. Luego después desde la idea de encontrar un teatro, se ideó la captura de espacios, la intromisión del arte hasta ese rincón donde los espectadores pudieran ser público cautivo. SEBUT se denominó la jornada. Se Busca Un Teatro irrigó el talento por la región. Una y otra obra al alcance de nuestras manos.

Hoy la ofrenda de estas sesenta veces Pajarita un nudo de mariposas, se nos dibuja preciosa. Porque baste recordar la alegría, el cuestionamiento, las conclusiones y participación de los niños que pudieron volar desde las butacas.

Voy un poco a la historia de esos días en el Teatro de la Ciudad, en Hermosillo. Donde los personajes niños nos convocaron a vivir en el viento. A veces desde lo más terrenal que es la existencia.

Allí estriba la maravilla del acto. Cuando el niño sin límites da rienda suelta a lo que desea ser. Desde una butaca el pequeño es él mismo. Porque arriba del escenario la complicidad de los actores son la propuesta más oportuna para la libertad.

No faltó en esos días de funciones en el Teatro de la Ciudad, los brazos como alas en la explanada de la Casa de la Cultura. Porque el impacto de la emoción construye el deseo de volar. Así los vimos, a uno y a otro. Corriendo detrás de ese sueño que nos regalaban los personajes de la obra.

Luego allá en torno a la mesa de su casa, el niño o los niños, haciendo extensiva la historia a través de su evocación. Porque la sopa desde las manos madre se digiere mejor cuando de sobremesa está la elocuencia como una continuidad de la tarde. Allí es que permanece el arte en la memoria bendita que quizá sea para siempre.

Sesenta veces un volar. Sin duda vendrá pronto la multiplicación. Porque en esto de dar a través de arte, siempre dos más dos resultó ser más que cuatro.

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