Saudade o apuntes sobre Bleu, nostalgia heredada

David Barrón. Foto: Ana Isabel Campillo

Por: Marielvis Calzada Torres

Saudade es un término en portugués que me fascina y no sólo es su lujuriosa pronunciación lo que me atrae sino que cuando supe su significado, de inmediato se convirtió en uno de los vocablos que guardo con recelo en un apartado particularísimo que poseo de “palabras que amo”.

Y si tuviera que declarar con una expresión lo que sentí, lo que se apropió de mí cuando ayer vi en el Foro de Bellas Artes de la UNISON Bleu, nostalgia heredada, coreografiada e interpretada por David Barrón, utilizaría esa, Saudade, que en castellano no tiene traslación exacta pero que en un intento superficial sería nostalgia, puesto que en realidad es mucho más: una honda melancolía del alma, un estado donde confluyen felicidad y tristeza y por eso, dicen, no tiene traducción.

Lo confieso: llegué tarde a “La danza en movimiento, lenguaje y sensaciones”, evento organizado por MartesDanza, por lo que no alcancé a ver A los 16, obra que dirigida por Carlos Murguía, presentaron alumnos de Danza Contemporánea del Departamento de Bellas Artes. Eso sí, escuché desde afuera y fue inevitable sentir una necesidad inmensa de estar “ahí” de presenciar eso que mis otros sentidos podían percibir, pero no fue posible. Sin embargo no me quejo de mi suerte, quedaba como otra oportunidad, en esa segunda parte del Programa el espectáculo que ahora reseño.

David Barrón se quita su máscara de “hombre parado en el escenario”, de “artista”, se sincera, habla del proceso de creación como una suerte de exorcismo  y cuando comienza a bailar no hace falta más nada. Su presencia abarca todo el teatro y así vamos descifrando minuto a minuto, cómo nos cuenta un fragmento de su historia personal, su obra, y vida misma.

Entonces desde esa complicidad de la que somos parte como espectadores, distinguimos las máscaras en el suelo a nuestro alrededor, quitadas todas ellas, para mostrarse tal cual es, desnudo de esa manera en que lo posibilita el arte. El intérprete nos remueve desde la energía con la que baila, desde esa mesa en el escenario, de su economía de movimientos, y del vestuario moderno, más bien común, de pantalón y camisa.

No hablo de técnica, ni de estética usada porque lo que provocan las contorsiones del cuerpo de Barrón, de este lado de la escena, son sensaciones, tan simples y a la vez tan poderosas. Y entendí, incluso antes de leer las Notas al Programa, esa angustia, la honda tristeza en ocasiones heredada por la que todo ser humano transita alguna vez, a la que se debe esta pieza.

Hacía dos meses que no iba al teatro y esa cifra que parece ínfima, para mí que veía aproximadamente diez obras entre teatro y danza en un mes, es mucho tiempo. Hoy justamente hace dos meses que llegué a Hermosillo, Sonora. Llegué de Cuba, una Isla con su “maldita circunstancia de agua por todas partes” como dijera aquel hombre teatral y lúcido[i], con todas las implicaciones de “llegar” a una tierra, un país ajeno. Hoy se cumplen sesenta días de reconocer en la piel propia cuánto pesan las distancias, 1440 horas de descubrir cómo se ensancha la añoranza, 86,400 minutos de sentir cómo crecen las raíces y se olvida lo olvidado, y 5, 184,000 segundos aceptando que no es que me esté volviendo loca, sino que las sensibilidades mutan.

Hoy, que acaba de pasar un huracán, que es diez de octubre, día de la Independencia Nacional, no se trabaja en la Isla. Hoy, redescubro en la danza gracias a Bleu, nostalgia heredada… una tabla de salvación y no puedo hacer más que escribir estas notas aunque apresuradas, sentidas. Hoy también agradezco a David Barrón por su obra que nos puede alentar para en saudades futuras, movilizaros e impulsarnos y así plenos, continuar el camino.

[i] Me refiero a Virgilio Piñera (1912- 1979) uno de los grandes dramaturgos, poetas, ensayistas cubanos y al inicio de su poema La isla en peso (1942).

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