Por favor cierra la puerta. Gracias

Misuki Takaya

Imaginemos… la arena en los pies, las dunas que viajan como el mar, el fuego, el aire.

El esperar detrás de una puerta tiene un efecto que provoca en el espectador dos cosas: cansancio y curiosidad.

Estamos formados en el segundo piso del Hostal Regina, sabemos que la función es en esa habitación, pero no escuchamos nada, no vemos nada. A otros siete minutos de espera, alguien sale de la habitación: Damián Cervantes, quien es director y autor de este proyecto. Hombre hiperactivo pero tranquilo y amable con el público en fila, con los que cuestionábamos la falta de boletos para otras funciones.

Alguien rompe esta espera y dice: “Pueden pasar”. Así entramos a la habitación, el ambiente hace olvidarme de la fila aburrida. “¿Puedo sentarme?” pregunto, cuando mi trasero ya está a veinte centímetros de uno de los sillones dispuestos alrededor de la habitación. “¿Puedes?”, responde con desganos un casi cuarentón que ocupaba el siguiente asiento. “Lo logré”, dije nerviosa. El casi cuarentón no tomó atención a mi gran logro y siguió tomando su Tecate blanca.

Así, en medio de sillas y sillones, presenciamos una pisteada. En el ir y venir de los personajes, las latas cerveza y las copas son un elemento visual que protagoniza este ambiente de luz tenue propio de esta reunión. Del sonido de las charlas, pasos y risas, una voz se impone entre todas, se hace un silencio “Imaginemos… la arena en los pies, el aire, el fuego, las dunas que se desplazan como el mar…”

El desierto se hace presente y la soledad también. Inicia una serie de confesiones, ¿hasta dónde nos puede llevar la soledad? “Yo por soledad detuve a un poeta en la calle”, “Yo por soledad sigo en una relación interminable”.

El escenario visual: la fiesta, el escenario donde parte todo: Ciudad Juárez. Los “fiesteros” despliegan un anecdotario de fiestas, antros y tiempos dorados; todo este júbilo parece contado como una gloriosa epopeya. Desafortunadamente, esta es seguida por la sombra de violencia, el miedo y la muerte.

La charla da paso a conceptos más simbólicos, el abrir y cerrar puertas: de encuentros casuales, de amores desgastados, de miedos y dudas.

El ritmo y tono de esta conversación va en aumento casi imperceptible, pero es inevitable, el espectador siente que algo va pasar. La necesidad de algunos por alejarse de esta frontera contra la voluntad de otros que han permanecido, da paso a una discusión que sube de volumen. El alcohol no ayuda mucho, y a lo largo de la obra las latas de cerveza son colgadas en el techo, llenando la habitación.

Los “fiesteros” comienzan a levantar el tono a tal grado que la charla se convierte en un panel que saca chispas, hay una furia que hace levantarse del asiento, dedos que apuntan al otro. De repente un sonido fuerte y seco, golpe de riña que vence los cuerpos de los “fiesteros”, estos caen al piso, se hace el silencio.  La muerte ha recordado que es más fuerte y ha hecho silencio entre nosotros…

La nostalgia de recordar a los que no están se hace presente, reconcilia en medio de recuerdos de aquellos que ya no están o que por poco se iban. Hay entendimientos que unen a los personajes: el amor por ese pedazo de tierra café y la violencia que azota esta ciudad.

Imaginemos… la arena en los pies, las dunas que viajan como el mar, el fuego, el aire.

Se retoma la fiesta, y la alegría, Juanga resuena en la habitación. Los fiesteros: Abril Badillo, Alan Posada, Laura Galindo, Umberto Morales, Guadalupe Balderrama, Mario Vera y José Rafael Flores. invitan a los espectadores a la fiesta. Celebramos la existencia de ciudad de Juárez, bailando y cantando a Juanga:

Ya nunca volverás
Te olvidaras de mí
Y hoy muy triste me quedo solo, sin ti…
Escucha esta canción
Que escribí para ti mi amor
Con esta, mi canción
He venido a  pedirte que perdones por favor…

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