Otoño y música para celebrar a la Casa de la Cultura

Lili Vázquez en noche de concierto. Foto: Juan Casanova

L. Carlos Sánchez

Es otoño, la vida afable de la luz tenue. La celebración de la existencia de la música. La celebración de la existencia de Casa de la Cultura de Sonora. Treintaiocho años de formar sociedades. A través del arte.

En el Teatro de la Ciudad que habita en el recinto de marras, ocurre como es costumbre la interpretación de los grandes desde la Orquesta Filarmónica de Sonora (OFS), bajo la dirección de David Hernández Bretón.

Un programa de aniversario por la existencia de esta ágora adonde acudimos religiosamente a los encuentros con la estética. Un programa donde se interpreta el legado del estadounidense, compositor y director de orquesta Leonard Bernstein.

A manera de preámbulo, con el teatro satisfecho de espectadores, la fotografía funge como memoria y rescate. La proyección nos cuenta la historia de la Casa de la Cultura. Personalidades y acontecimientos, la estructura de lo que ahora somos.

Esta noche de concierto el programa se diversifica. Las voces de Lili Vázquez, Paloma Ledgard y Christopher Roldán enaltecen las notas que propone la OFS. El programa contiene también la creatividad de Nubia Jaime y Omar Nava como arreglistas. Hernández Bretón también hace lo suyo y pone de su cosecha.

A manera de preámbulo, David Hernández Bretón expone:

“Aparte de que festejamos el aniversario de este maravilloso lugar donde nos reunimos a oír (Hermosillo tiene ese lugar de reunión para sus ciudadanos y ver las cosas bellas que producen las mentes humanas), esta noche también festejamos el nacimiento de un gran músico y compositor, Leonard Bernstein. Ya oyeron ahorita la Obertura Candide, que es un musical de Broadway, vamos más adelante a escucharDanzas sinfónicas West Side Story.

“A Leonard Bernstein se le conocía más como director de orquesta y son históricas sus grabaciones con la Orquesta Filarmónica de Viena, Bernstein muere en 1990 pero él tuvo una vida fructífera y una gran calidad. Extraordinario pianista, extraordinario compositor, tuve la oportunidad de conocerlo el 1989 en Japón y poder pasar un tiempo maravilloso y aprendiendo de su gran sabiduría, y es por eso que decidimos dedicarle este concierto”.

Y así el curso del concierto. La disposición de los oídos que se congregan en el interior de teatro.

La sensualidad es inherente a la música, en este rubro hace lo suyo el compositor, aporta también el director y los músicos. En esta ocasión las voces desde sus cuerpos se apoderan del escenario. Disfrutar parece ser la consigna. Decir lo que se ama en el lenguaje que se domina será siempre un destino con final feliz.

Lili Vázquez en su indumentaria oscura porta un pincel colorido en los labios. La pasión es un contoneo al compás de las notas. Cristopher Roldán, también en su sastre negro, toma de la mano a Lili y juntos son fundamentales en el timón de esta noche.

Paloma Ledgar en su vestir dorado, ese vestido hasta los pies, llena el escenario con su presencia. Sube y baja en tonalidades. Toma con gallardía su voz y la reparte con la responsabilidad y alegría que desde siempre le caracteriza.

Ante esta entrega no puede haber otra consecuencia que la gratitud a través de los aplausos. Ya al final del concierto los minutos rondarán uno y otro sin que los espectadores dejemos de agradecer.

Esta Orquesta está hecha de entrega. Juro que en una de las interpretaciones escuché cantar a los músicos. Mambo, dijeron, me sorprendí para luego anotar en el cuaderno la sorpresa, y mover los pies a manera de coro.

En una de esas el director les hace una seña de complicidad a los señores de saxofón. Éstos se apersonan en el escenario, la Orquesta con su mayor número de integrantes, el sonido intenso y sutil que nos provoca evocar el más armonioso movimiento del mar ante nuestra mirada.

En alguna de las interpretaciones las notas de un piano se convierten en ese remanso de nostalgia. Luego la voz, las voces: recurrencia inaudita de la emoción como un golpe certero en el pecho. Los ojos y los oídos no alcanzan a abrirse todo lo que uno desearía. Para que no se nos fugue ni un ápice del talento que nos acoge.

Estos son los arreglos del programa, estas sus consecuencias. La felicidad que significa catarsis. Porque es otoño, porque es celebración de la Casa. Y qué mejor que sea a través de la música.

El chelo colorido y sus matices. De la nostalgia al olvido, de la felicidad a la fascinación. Los violones y su entraña. El cuento de los niños que fuimos y somos. Porque, ¿qué se hace con tanto que la música nos evoca y hasta adonde nos lleva?

La contundencia, la precisa selección del programa, la certera calidad interpretativa de quienes se dieron, me generó un desconcierto tan conmovedor. Volví a ser ese personaje de Julio Cortázar en su cuento Continuidad de los parques. De espectador muté a director, luego músico, después canté y canté. Hasta bailar.

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