Luis Álvarez Beltrán
El mero logro de reunir en un tomo los relatos más representativos de ases de la pluma como Alfonso Reyes, Julio Torri, Ramón Rubín, Nellie Campobello, José Revueltas, Edmundo Valadés, Inés Arredondo, Jesús Gardea, Federico Campbell, Carlos Montemayor, Daniel Sada, Ignacio Solares, David Toscana, hasta completar cuarenta nueve exponentes de la narrativa del Norte de México, completando un recorrido de casi un siglo de literatura mexicana, coloca a este libro y por lo tanto a su compilador Eduardo Antonio Parra dentro de las ofertas editoriales difíciles de resistir.
NORTE Una Antología (Ediciones Era, Fondo Editorial de Nuevo León, Universidad Autónoma de Sinaloa, Conaculta, 2015) se proyecta no sólo como una gran idea en la misma tradición de otros memorables libros como Lo Fugitivo Permanece, de Carlos Monsiváis, o México Noir, de Editorial Nitro Press, u otras celebradas antologías de cuento realizadas desde el Fondo Editorial Tierra Adentro y algunas que se escapan del tintero inmediato.
El prolongado, más que extendido, debate acerca de la existencia de una literatura del norte con características propias, imaginarios definidos y delimitados, culturas demarcadas y diferenciadas respecto de otras literaturas y geografías, que a muchos les ha parecido del todo inválido y mismo que rechazan con airada molestia en el sentido de su ocioso planteamiento; otros lo postulan como un referente analítico que ayuda a aclarar tanto las nuevas realidades históricas del país donde los estados del norte, a finales del siglo XX y todo a lo largo del XXI, dan lugar o son lugares cuyos procesos sociales y culturales particulares generan ambas cosas: historias identificables como literatura del norte, y autores que van configurando y reforzando un dibujo o un árbol plenamente reconocible como un catálogo de temas, estilos, lenguajes, ambientes, atmósferas, orígenes.
Sin llegar a resolver tal dualidad de posiciones y sin que sea esa su intención última, el libro es principalmente un ramillete de estupendas historias: una colección que nos abre al genio de Miguel Méndez y a esa faceta casi desconocida de Víctor Hugo Rascón Banda. De ahí, el talento exacerbado de Cristina Rivera Garza, el sedoso palabreo de Julián Herbert, las sorpresas gratísima de Liliana V. Blum, Vicente Alfonso, las hechuras probadas de Luis Felipe Lomelí y la oportunidad de conocer o de reconocer a los nuevos baluartes de la última década: Antonio Ramos Revillas, Julio Pesina, Luis Jorge Boone, César Silva Márquez.
Eduardo Antonio Parra habla de una tradición de escritores del norte y ésta abra nada más y nada menos con el chihuahuense Martín Luis Guzmán en un magistral relato revolucionario de alucinado ambiente, cronicando La Fiesta de las Balas que narra uno de los episodios más emblemáticos del ejército bandolero del General Francisco Villa y uno de sus más literarios daguerrotipos: Rodolfo Fierro. Hojas más adelante, Rafael F. Muñoz hace lo mismo con un nivel superlativo al presentar Oro, caballo y hombre, un cuento biográfico que solamente puede ser sacado de personajes y situaciones donde la realidad supera a la ficción.
En su explicación Parra menciona una primera oleada de escritores, originarios de estas latitudes, cuya característica es que se desprenden de las limitaciones de la narrativa del siglo XIX: “Como comenzaron su producción en los albores del siglo XX, cuando en el país ya habían quedado atrás la inexperiencia literaria decimonónica, los intentos fallidos, la larga serie de ensayos-error en la que incurrieron sus mayores, desde muy pronto definieron su vocación para convertirse en artistas de la palabra, en escritores a secas, convencidos de que, para serlo, primero debían conocer con profundidad la lengua española, su herramienta principal, las técnicas narrativas, la tradición literaria nacional y del resto del mundo, y los libros actuales de sus colegas nacionales e internacionales.” Así, Eduardo Antonio se refiere al mismo M. L. Guzmán, a Alfonso Reyes, a Julio Torri, a Rafael F. Muñoz y a Nellie Campobello como los iniciadores involuntarios pero sólidos de esta tradición narrativa.
La segunda entrega de escritores del norte para la literatura mexicana incluiría a Ramón Rubín, cuya ingente obra impresiona y se empata con los más grandes de este arte, José Revueltas, cuyo estilo duro y poético se abre sitio por sí solo, Edmundo Valadés, encumbrado en los más alto del cuento latinoamericano, Abel Quezada, más bien célebre por su obra humorística caricaturesca de crítica política, e Inés Arredondo, de quienes refiere: “fueron apareciendo en el escenario de las letras nacionales para elevar el oficio narrativo, en especial la escritura del cuento, hasta su punto culminante en lo que se refiere al dominio de las técnicas, calidad estilística y profundidad en las historias.” El compilador llega a postular a José Revueltas y a Inés Arredondo “entre los más importantes cuentistas mexicanos, tan sólo equiparables con Juan Rulfo y Juan José Arreola.”
En los casos concretos de los sonorenses, era obvia la inclusión del padre del cuento sonorense, el guaymense Edmundo Valadés, pero resulta especialmente grato encontrar al amigo del Ejido El Claro, Santa Ana, Sonora, el chicano de Bisbee, Arizona, Miguel Méndez, cuyo relato El Hombre Víbora se nos recupera como una feliz joya del acervo literario de nuestra entidad. Completan la representación sonorense en este deleitable ejemplar los escritores César Gándara y Cristina Rascón Castro en una selección que bien hubiera podido haber tomado en cuenta a otros sonorenses como Luis Enrique García, Carlos Moncada, y entre los de última generación a Imanol Caneyada o Carlos Sánchez, el primero por su desbordante talento y el segundo por su estilo particular inconfundible.
Es un libro que se lee familiar y eso incrementa el gusto y, para aquellos que lo sienten, el orgullo regional: Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez y varios otros sinaloenses aderezan el libro con relatos que van de la acción violenta al agudo humor negro, de la evocadora nostalgia al sesudo acertijo. De Baja California, a más de Campbell encontramos a Luis Humberto Crosthwaite y a la trágicamente malograda Regina Swain con una historia exquisita. Durango, Coahuila, Chihuahua, Tamaulipas y sobre todo Nuevo León se alternan posiciones en este álbum delirante de cuentos de la mejor manufactura.
En su extensión de 330 páginas el lector llegará a un punto, es inevitable, en que el letargo o la ralentización de la lectura va a dar lugar a saltos o a descansos, pero los cuentos no tienen desperdicio. Es un texto para coleccionistas. Si se ha leído antes a Julio Pesina, a Luis Jorge Boone, a César Silva Márquez, se identificará su escritura con textos alternativos de ellos mismos; pero siempre sucede eso incluso cuando se lee a Cortázar, a Rulfo, a Borges o a Faulkner, pero en todos los casos la prosa limpia, la historia consistente, compacta, segura, llevada con cabal maestría, nos hará, como en el caso de Ramos Revilla, saber por qué ahora se encuentran en las vitrinas de todo nuestro país. También, el compilador reconoce que como en toda antología, no están todos los que son, de tal manera que lectores se preguntarán la ausencia de Carlos Velázquez, tal vez (entra a debate) de David Micklos, y ese monstruo que avasalla concursos llamado Daniel Salinas Basave, pero en el universo literario difícilmente todo cabe y al mismo tiempo nada se queda afuera.
Tal vez no se responda a cabalidad la pertinente o impertinente pregunta de si existe una literatura del norte propiamente dicha; pero se agradece y se aprueba el enfoque acerca de la tradición de escritores que brillando con luz propia y escribiendo a su entender sin menoscabo de regionalismos o suscripciones a temas o geografías, hacen brillar más allá de lo que es estrictamente el mapa mexicano un arte literario digno de lo mejor del mundo. En ese sentido, Eduardo Antonio Parra cometió un gran acierto al ofrecer, a través de un espléndido esfuerzo de compilación, este regalo hermoso que el libro NORTE Una Antología. Un banquete donde hasta el más exigente quedará satisfecho, saciado, extasiado.
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