L. Carlos Sánchez
La fotografía se vuelve una herramienta para ordenar los dolores. Incluso el lápiz con el que se escribe la historia de lo que se fue, lo que permanece: paradoja de la memoria que deja de serlo.
Vanessa Torres es fotógrafa. El desierto le abrió la mirada al horizonte desde la infancia. Agreste es la tierra y algo debe salpicar en el talante.
En la construcción de su propuesta discursiva a través de la fotografía, Vanessa recurre a la más inquebrantable entraña. Lo que significa el amor a la familia, y a su vez la transformación que ésta ha sufrido a causa de la implacable presencia del Alzheimer.
Debe ser que la honestidad, el amor más profundo, el desasosiego y sus aristas cuando el derrumbe emocional es por el olvido, que Vanessa hurga en el álbum familiar. Hurga también en la metáfora de una tormenta de arena que pulveriza la conciencia de quién le ha dado vida.
A partir de esa honestidad, de ese amor, es que Vanessa construye su pieza Fragmentada, instalación de arte visual que, a la postre, la hace ganadora del Concurso de Fotografía Creativa de Fotosonora edición 2018.
Ahora los recuerdos de juventud que habitaron el interior de esa casa familiar, están en la Sala de Arte de Instituto Sonorense de Cultura. En ellos Vanessa juega al rescate de sí misma. Nos cuenta que un día hubo… Y nos complementa la propuesta con las imágenes en video de quien pudiera ser la madre, la abuela, la tía, emblema de esa casa que un día fue, que ya no es.
En su texto de sala, Vanessa nos explica que “En las conversaciones familiares, los mayores siempre han comentado ‘no hay mayor catástrofe que perder tus memorias’. Hoy nos enfrentamos, como muchos, a esta enfermedad que no tiene cura en una ciudad donde le número de especialistas o geriatras, no resulta suficiente, con un sistema de salud que carece de los medicamentos esenciales.
“Con este trabajo visual quiero reafirmar la importancia que tiene la imagen en la historia de la familia y la fragilidad de los recuerdos, por ello intento representar desde mi visión, las nociones de lo que sucede en el centro de la memoria con las analogías de tipo visual, como el objeto que funciona para guardar cosas, así como el video guardado en una memoria, donde la presencia de los recuerdos se va desgastando y volviéndose invisible”.
Dice Vanessa (en el mismo texto de sala) que su búsqueda es generar conciencia en el espectador, de cómo el Alzheimer va creando vacíos, “Fragmentando el universo de cada persona, deteriorando su memoria, dejando sus recuerdos en blanco y negro”.
La hecatombe está allí, en esa imagen de video donde la madre, abuela, tía, riega por inercia quizá, por instinto tal vez, ese árbol como identidad, como arraigo de vida, aunque esa vida se escape incluso antes de llegar a la muerte, porque sin memoria el corazón queda manco, la mirada se torna difusa.
Fragmentada, de Vanessa Torres, es una invitación para hurguemos nosotros mismo en lo que somos, para detenernos a contemplar, a analizar el paso de los días, el tiempo y su contenido, lo que implacablemente existe y se transforma.