Miradas Oblicuas. Diálogos sobre lo presente

(Fragmento de la entrevista a Alejandro Zambra)

Óscar Alarcón y Luis J. L. Chigo

Luis J. L. Chigo: ¿Cómo insertas la poesía en la cotidianidad de tus personajes?

Alejandro Zambra: Me interesaba la representación puertas adentro. Alguien podría discutir si Gonzalo o Vicente —los protagonistas de la novela, padrastro e hijastro respectivamente— son representativos de los poetas chilenos y, por supuesto, no queda claro que sean poetas. Por eso el título en singular, que vale para los dos, o para ninguno, incluso creo que puede ser leído, paródicamente o no, como marca. A mí no me interesaba que fueran representativos; si te metes un poco en ese mundo, como en cualquier mundo, te das cuenta cómo los lugares comunes y las expectativas siempre fallan. Cada sujeto que aparece públicamente como poeta, narrador, político, músico… tiene una vida cotidiana no tan distinta a la de los demás.

La poesía puertas adentro está bastante ligada a lo religioso. Para muchos poetas y lectores de poesía, la poesía es como una sustitución del discurso religioso tradicional. Las palabras cumplen un sentido ritual, hay una búsqueda constante. Entonces, cuando aparece la figura del padrastro que trata de entender cómo se relaciona con esa palabra, es cuando se me armó la novela: el padrastro enfrenta la batalla de la legitimidad desde la derrota. Entra a la cancha perdiendo. Nadie decide o piensa: “Yo, en algún momento de mi vida, quiero ser padrastro; estoy buscando a alguien que ya tenga hijos para enamorarme”. Si sucede, si te enamoras de alguien que tiene hijos, empiezas a entrar de a poco en el rol de padre o de madre: de pronto te quedas a dormir, comienzas a preparar el desayuno, pasas una temporada preliminar que nunca es fácil, y casi no te das cuenta cuando ya cumples una función importante en la vida de ese hijo ajeno. Quizá crees que eres generoso, pero enseguida te das cuenta de que también ese hijo ajeno es importante para ti.

Gonzalo, de pronto, azarosamente, se ve obligado a definir la relación y le resulta muy complejo. Tiene que enfrentarse cuerpo a cuerpo con la palabra y decidir si usarla, legitimarla, limpiarla, dignificarla o inventar otra. Eso hacen los poetas: cuando escribes un poema de diez versos, cada palabra cuenta, peleaste cuerpo a cuerpo con cada una de ellas.

En la novela, la incomodidad ante la palabra “padrastro” de algún modo se proyecta hacia lo propiamente masculino. Los padrastros son los malos, eso dicen o demuestran la literatura y la prensa, el diccionario y hasta el lenguaje. Es difícil identificarse con esa figura. Entonces un padrastro no necesariamente se junta con otros padrastros, porque tal vez comparte el prejuicio.

Sucede lo mismo con el lugar masculino: eres hombre pero eso no te lleva a defender a otros hombres, por eso es tan difícil contar con un equivalente al de sororidad. La mayoría de los hombres odian a otros hombres, porque es el género de buena parte de lo peor de la humanidad. ¿Por qué tengo que defender a un hombre por el hecho de ser hombre? En la novela hay varias figuras masculinas que entran en diálogo y yo aspiro a que esos diálogos queden rebotando en las cabezas de los lectores, que puedan acercarse y distanciarse de esos personajes autocríticamente.

LJLC: En el libro, el Chucheta, el abuelo, regresará al hogar, después de mucho tiempo y de muchos hijos de diferentes mujeres. Hay una crítica sutil de lo socialmente aceptable. ¿La poesía representa la serie de carencias de lo humano, pero también de lo propiamente masculino en la cuestión del concepto de tu libro?

AZ: No sé si es tan sutil… No sé si tiene sentido contestar a tu pregunta hablando de poesía, puede ser distractivo, esto pasa en la vida, independientemente de que escribas poesía o no. Una persona de mi edad no tiene que ir demasiado lejos para encontrarse con una figura como la del Chucheta, este embarazador compulsivo en constante prueba de su hombría, que abandonaba a su esposa y a sus hijos con actitud deportiva y que gozaba de una impunidad llamativa para alguien de mi edad y supongo que aún más llamativa para alguien de la edad de Vicente. Por ende, a Gonzalo le costaba relacionarse con él, porque vio a su madre sufrir el abandono y le molestaba que ella fuera capaz de perdonar a un sujeto así. Siguen presentes esas figuras y forman parte constitutiva de la idea de lo masculino con la que tienes que combatir interiormente.

LJLC: ¿Fue complicado el tiempo actual para hablar de la figura masculina? Una figura de la que no se había hecho autocrítica…

AZ: Algo de autocrítica hay, en la literatura, pero poquita. Los libros de Coetzee, por ejemplo, son despiadados y profundos, perturbadores, en su representación de lo masculino. Por supuesto, se habla muy poco de estos asuntos, comparativamente, y ojalá que eso cambie. Este momento es una oportunidad, una posibilidad de movimiento.

A los hombres nos cuesta hablar entre nosotros. Nos cuesta la intimidad. Es brutal. Si tienes un problema, es muy probable que se lo cuentes a una mujer. Entre los hombres prevalece la competencia. Es necesario insistir en esos diálogos pensando las discusiones actuales, pero su necesidad era evidente desde mucho antes.

Este debate o discusión permanente me parece bastante provechoso. No es fácil hablar, por eso hay que hacerlo. Los hombres no hemos estado nunca, como ahora, obligados a pensarnos como género. Que eso suceda sólo puede ser positivo.

LJLC: Al inicio, el conflicto de Gonzalo es cómo vive la sexualidad con su pareja y esto lo motiva a escribir poesía. Cuando se reencuentra con ella empieza la parte del padrastro. Hay una etapa distinta. ¿Imaginaste este equilibrio en la obra, el de respetar etapas como si fueran estaciones de un año?

AZ: Veía a un personaje que cambiaba, un cambio que no es tan fácil de describir —por eso me interesaba escribirlo. Pero hay que ver cómo juzgamos al personaje a la altura de la página 370 y cómo lo juzgamos a la altura de la 421.

Esta es una novela de final: me asomaba desde el final cuando tenía incertidumbre respecto a cómo seguir. No escribí el final sino hasta el último minuto, pero fue lo primero que supe de la novela. Supersticiosamente no quise escribirlo antes, suelo ser más bien de montaje: escribo desordenadamente, unas frases del final, luego del comienzo, empiezo a ecualizar, corto, agrego… no obstante, en este caso, tenía un gran apego al final. Si algún pasaje intermedio de la novela me resultaba problemático, me iba imaginariamente a ese final que, de tanto imaginar, me sabía de memoria, y miraba ese pasaje intermedio desde ahí.

Un propósito mío era convertirme en un lector del libro. Termina la novela y me hago las mismas preguntas que el lector.

 

Miradas Oblicuas. Diálogos sobre lo presente, libro de entrevistas de Óscar Alarcón y Luis J. L. Chifo. Nitro/Press – Neotraba, 2021. México.

Óscar Alarcón (Puebla, 1979). Es autor del libro de cuentos Polimastia (BUAP, 2008); de los libros de entrevistas Veintiuno. Charlas con 20 escritores (Nitro/Press – BUAP, 2012) y Veintitrés y Uno. Charlas con 23 escritoras (Nitro/Press – Secretaría de Cultura de Puebla, 2018). Desde 2010 dirige la revista electrónica www.neotraba.com.

Luis J. L. Chigo (San Andrés Tuxtla, 1996). Escribe la columna “Periferia Abierta” en el periódico El Popular. Ha publicado en Maremoto Maristain, La Jornada Aguascalientes y el boletín del Fondo de Cultura Económica. Es editor de la revista electrónica www.neotraba.com. Participa en la antología de cuento Resaca: relatos rescatados (Revista Sputnik-Agujero de gusano, 2020).

Para adquirirlo con la editorial:

https://nitro-press.com/9786078805013

 

En Mercado Libre:

https://articulo.mercadolibre.com.mx/MLM-926235343-miradas-oblicuas-interview-oscar-alarcon-y-luis-chigo-_JM#position=13&search_layout=stack&type=item&tracking_id=6341d160-6dcb-4603-a386-5d5be61958a3

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