Malintzin, de Laura Delia Quintero

Como lengua de fuego
que se afianza
en la indomable cresta
de una hoguera,
hambrienta de segar el pasto
de su entorno,
el sueño de la libertad ardió
sobre el orín de las cadenas,
lamiendo bosques,
valles, corazones.

Tú lo sentiste crepitar
– Mujer, Idolo, Máscara –
cuando el presagio
ya te palpitaba
en el caudal sumiso
de las venas.

II

La brasa líquida de sol doraba
la sazón frutal que despedía
humeantes cúpulas
sobre el rescoldo húmedo del trópico.
Deslumbrado sostenía el ambiente,
enardecido de mango
su fragancia;
la rosa del viento disfrutaba,
hilo a hilo, la encendida estela
de su pelo
trenzada con nances y zapotes,
y el tamarindo de dulzura agrio
ritmaba al son que percutía
en el timbal del platanero.

Tú dormías, sonrisa de pájaro,
bajo el catedralicio manto
de la ceiba.

III.

El domo azul sin manchas
consolaba a tus ojos
sombreados por las rejas,
golondrina.

Nostalgias como peñas
te afiebraban los días
hartos de vaciedad y de canícula;
entonces, el río era tu amparo.
Remabas al fondo de tí misma
en barcas de quillas misteriosas.

En el brazo del remanso eras presencia,
tacto, olvido.
Te cercaban milenios
tallados en las piedras,
mientras flotaba junto a tí.

IV

Limpiamente redondas
levantaban su orgullo
sobre el sol del comal,
maquilladas de unto las tortillas.

La plata del pez
hervía sus especias
en la aromática pared del barro.

Dormitaba su espera el manantial
en la erguida frescura
de los cántaros;
mientras que tú
ibas desde tus sueños
sin murallas
a la porosidad en blanco
de la masa.

V

Bajo el pedernal
de la visión del amo
tu planta ensanchó su fortaleza.
Despertaron el valle de tu pecho,
como un volcán
en su estupor primero;
con soberbia luego,
dos sólidos bronces que luchaban
por humillar su fuego.
Aquietaba tu celo,
sin malicia,
el tabasco de erectos
manglares ribereños.

VI

Envuelta en el humo
de tus sueños,
la fronda del agua te cercaba,
con frescura viril,
el vientre sin testigos
hasta dejarte exhausta
sobre el ovillo de tu sombra.

En las fibras que tapizan
tus cimientos
se tensaron silencios.

Velas en fuga por el viento
dilataron océanos
en el asogue oscuro de tus ojos,
barcas sin rumbo,
que emergieron
entre la sal neblina
del presagio.

VII

En torres del mar
se hizo patente el signo del indicio.

Velas urgidas por el viento
rasgaron, lejanas de mástiles,
la blanda convexidad del horizonte.

Buscaba el mito anclar
el peso de su sueño
en el oscuro oleaje de pupilas
selladas por dogmas ancestrales.

Nimbada por el sol,
golpe y asombro,
emergió a los ojos la silueta
esculpida en metal
como     de extrañas serenteras.

Al impacto sin redes del instante,
vibraste cual flecha
que penetra
recia de pulpa de madera.

VIII

Tú los viste transar
hundida en el asombro del espejo,
que robaba tu rostro
en la planicie del azogue.
Hartaron viandas de tus manos
y supiste de dioses
inapetentes de copal y sangre
que no fuera la vertida
por sí mismos.

Se deslumbró en tus ojos
el presagio,
lo sentiste crecer
entre el azoro de tu vientre,
con la yema, de su tallo,
parto de luz regido
por la sombra.

IX

Una entre vientre,
acumulas tu angustia
en un rincón de proa.
Tus ojos, gaviotas deslumbradas,
al golpe del sol pliegan
la arquitectura de sus alas.

Antes de partir amarga,
por vez segunda viste
rodar a tus dioses primigenios;
la ceiba cayó junto a su sombra,
como la piedra oscura de carrera
se precipita
en busca de su abismo.

Viento de corales e hipocampos
cincela
sobre la cera de tus rasgos
la desértica máscara
del ídolo.

XI

Tu voz, volcán y trópico,
fresca como el botón
que levita en aroma
al limonero,
sobre el primer fragor de anafes
y concidencias,
develó timbres de jade
que alertaron astucias
en el iris felino del barbado.

Tu voz, madura de antorchas
que alumbraron
vericuetos informes de palabras,
tembló en su propio fuego,
avivando a su paso
un reguero de astillas
que inflamaron sueños,
donde el ansia de libertad
alzó la frente
por centurias de agobio,

XII

Sobre tu sombra, generosa de espacio,
te elevaste,
puente de lengua,
propicio firme a la esperanza
de sacudir pavores y gabelas.

Al influjo del Teul gozaste alas
acechadas por redes
urdidas a tu espalda.

Se te quemó el milagro
como puño de paja entre las manos,
cuando fuiste incapaz de sorprender
bajo la seda del vocablo,
los colmillos de fiera
pulidos a fuerza de cinismo.

Pasaste a la historia

XIII

Soldadera sin Juan,
nudo vital de nuestra raza.
Bajo el rigor del Teponaxtl
embrazaste con furia defensiva
el cortante espesor del Tenecuelli
para sangrar cansancios y derrotas.

El faro lunar atestiguó cadáveres
flotando su muerte a la deriva
sobre el turbio fragor de los canales.

Retirada de lágrimas nocturnas
te ahuataba el ritmo de las venas.
Eras polvo y espada en fuga,
saboreando la sal de la derrota
en la pupila del barbado.

XIV

De sueños sembradora,
recogiste manojos de rencor
después que la ceniza poseyó calzadas,
ilusiones,
y el lago enardeció sus aguas
con afluentes de arterias desecadas.

Sobre tu corazón se quebrantaron
frisos,cornisas, voluntades,
Dioses y templos sin amparo;
mientras el huéhuetl murmuraba
graves tempestades,
y chirimías vencidas intentaban
alertar el sopor de la derrota.

XV

En el aspa de la angustia
paréceme ver tu máscara,
por donde se fuga subyacente
gota tras gota la esperanza.
Siento arder tu estupor
en la agrietada acidez
de mis costados.

Te desolló la garra del “ ungido “,
y el maccuahuitl de aristas encrespadas
descagó su furor
sobre el blando cimiento
de tus alas.

XVI

Madre primordial,
puente de gloria
en que basó su triunfo
oscuro de doblez, el extranjero.

Cuando el presagio
se hizo cómplice en tus labios,
conjugaste vasallas reveldías
y astucias de pólvora y caballo.

Bajo tu voz
el águila cayó
para elevarse mito.

Ante el nuevo espesor de las cadenas
relámpagos de ojos te acecharon
con furia desvalida,
y el insulto, cual piedra
que rueda por el río,
resó de boca en boca
para estigmatizarte de traidora.

XVIII

Resaca de dolor.
Matiz de sueños que rodaron
cual deidades, templo abajo.
Vuelve a tu dignidad
como a tu sombra,
y plántala de pie
frente al velado espejo
de la historia.

Simiente de mi patria,
corazón de nopal en primavera,
recibe, mestiza de siglos,
la ternura que asoma
desde mi tronco rebelde
de raíces
hasta el núcleo sin calma
de mi entraña,
que espera, todavía,
la erosión de lastres y atravismos
que impiden coronar tu sueño.
Máscara
Idolo
Mujer.

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