Los pasos de la espiral

Lenin Guerrero

Los zapatos y los prejuicios hay que dejarlos por fuera de un libro antes de andarlo. Desnudos nuestros pies hay que proceder a recorrer sus líneas puesto que leer no difiere mucho de  caminar por la tierra de un escribano. Da gusto que Rojas en La Espiral de mis Pasos (Salto Mortal, 2018) apueste por relatos reflexivos, cuentos que nos conducen por regiones que han dejado de existir y sin embargo perduran para ser evocadas por nuestras plantas de los pies, como en baldosas húmedas donde se recrea el asombro de un niño, caminos rurales hacia infiernos personales, o arena donde desenterramos tesoros para descubrirnos.

Naturalmente no es que las regiones a las que nos convida el escritor hayan desaparecido cuando decidimos cerrar el libro, sencillamente se vendrían abajo si no se relataran de la manera en que Rojas lo hace, a paso lento, definiendo estadías por rostros, cuerpos y preocupaciones, como si la vida entera no bastara para vestir la piel de un raspalero enamorado, un niño iluminado por Dios o un chicharronero con diente de oro.

Pero ¿qué clase de escritor es Benito? Si se atiende bien la advertencia inicial del libro, la espiral de Rojas comienza a repetir surco cuando nos enteramos que su biografía está marcada por el destierro, lo cual parece potenciar su sensibilidad hacia las identidades que migran estoicas sin voltear atrás y, sobre todo, en su poesía, tal como se refleja en el extraño viaje de un cadáver que sueña con el océano Pacífico.

Asiduo colaborador de medios electrónicos en Guadalajara, Jalisco, Benito Rojas, ha reunido en poco más de cien páginas un puñado de cuentos con los que nos comparte una literatura sin pretensiones, bien narrada y con esa agudeza para detectar la paradoja entre los que nacen descalzos y los que duermen con las botas puestas.

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