Los mexicanos que somos

L. Carlos Sánchez

Escucho en el noticiario nocturno a un hondureño decir que los mexicanos son buenos, que le dieron de comer. Que disfrutó de un buen café, que recargó energías para reiniciar la marcha.

De inmediato se me revela la esperanza en la humanidad. Saber que alguien tiende la mano es el contrapeso al dolor de mis hermanos muertos en esta guerra que por nombre lleva la guerra del narco. Algunos se involucraron como jugando, para ser los poderosos que describen los corridos todos los días. Algunos otros estuvieron en el lugar equivocado, porque nada tenían qué ver.

Uno a uno se me vienen a la mente, digo sus nombres como rezando un padre nuestro. Los miro abatidos. En la calle, tirados con el sol aplomo, con sus nombres separándose de sus cuerpos para luego incrustarse en el rótulo de una cruz.

Hablo de quienes tuvieron la “suerte” de ser abatidos allí. Porque también están los otros, los del mismo infortunio, a los que aún sus madres los esperan, los que no han vuelto, los que tal vez no volverán.

Esta caravana de centroamericanos, cuyo su objetivo no es igual a las otras caravanas que anteceden, esta vez la búsqueda es un lugar para vivir, esta caravana se nos oferta en la preciosa oportunidad de demostrar que sí existimos los mexicanos generosos.

Un mensaje necesario, casi urgente para los operadores de los carteles, una misiva desde nuestras acciones para con la indiferencia de los políticos, se nos está presentando desde ese día en que miles de desamparados, los que no tienen nada que perder más allá de la vida, que es mucho, decidieron emigrar a través del territorio mexicano.

El mensaje puede ser poderoso. Los abrazos para nuestros paisanos de Centroamérica, incluso la reivindicación por tanto agravio que hemos cometido contra ellos, podría ser la mejor manera de sabernos un pueblo unido que a la hora de la verdad sabe sacar la casta.

Nada podrá hacernos sentir mejor que abrigar al desposeído. Repartir lo que tenemos y somos, será la prueba más fehaciente de que México no es el patio trasero de los gabachos, ni mucho menos el cuerno de chivo con que se nos describe en el resto del mundo.

Esos cuántos que se adhirieron a la guerra del narco, el más cruel invento de Felipe Calderón, no son ni por asomo una mínima parte de la grandeza generosa que ahora se manifiesta en esta caravana por la sobrevivencia.

Está claro que no podremos sepultar la crueldad de San Fernando, Tamaulipas, y esos migrantes asesinados. Ni podremos enterrar las miles de historias que desde el narco se han inscrito de la manera más cruel. Mientras escribo una bala atraviesa un cuerpo, no es clarividencia, es la estadística que no miente.

Mirar la mirada del hondureño que cree en el pueblo mexicano, que destaca la generosidad de quienes lo han apoyado a su paso, pudiera ser el punto de partida para que alcancemos por fin el regreso a lo que anhelamos desde hace años: la paz.

Saber que podemos regresar a las calles, como lo hacen en este momento los desplazados que caminan por nuestro país, su país, se nos presenta como algo inalcanzable. Empero, cuando nada hay que perder, cuando el hambre, la desolación por los hijos muertos, cuando ya el agua nos llega a los aparejos, estaremos sabiendo que es el momento de arriar banderas.

Es tiempo de emular el paso de quienes hoy caminan por la carretera de la desolación, buscando un mejor rumbo. El objetivo que es la paz: nuestra oportunidad.

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