
Bruno Herley
Decía un maestro, amigo mío, que la genialidad de un escrito se refleja en su capacidad de concreción. Mucho lo he visto, esa característica siempre deja un sabor en la boca que dura por días, incluso años. Cuando sucede la magia uno se siente tentado a transformar la realidad inmediata y anda por la calle no con las palabras, sino con la idea revoloteando en el cerebro, llega a lo profundo de nuestra psique, transmuta un solo dato de ella, dando como resultado una nueva forma de ser.
Uno de estos escritos a los que aludo es de Percy Bysshe Shelley: Ozymandias. El poema, en su aparente sencillez, es un fogonazo que devela la facha del ser humano presa del tiempo. El poema es duro, dúctil, sincero y siniestro, forma parte de la cultura popular, es una fiel representación de lo que habla: lo trivial de la grandeza.
Ozymandias
Conocí a un viajero de una tierra antigua
que dijo: «dos enormes piernas pétreas, sin su tronco
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,
a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!”
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas».
Bruno Herley. Ha publicado en antologías de poesía y cuento, tiene una novela corta de nombre Dios es solo un nombre (cómo matar un pájaro con marketing), disponible en Amazon.