Fernando Peñuelas
Aquella tarde Mario nos leería el tarot. El humo de la marihuana se esparcía por todo el cuarto tapizado con posters de bandas de rock, la música era una enredadera de luces de colores que recorrían el ambiente en curvas, hilos sensoriales vivos que se encajaban entre las nubes de humo, un espacio libre de gravedad.
-Esta es la del amor putos!- dijo Mario, y nos repartió una carta a cada uno, cuando vi la mía me fui en el viaje, en ella había una mujer con vestido floreado y sombrero, sentada en la cima de una escalera, la escalera yacía de pie sobre el océano en una noche llena de estrellas que se reflejaban en el agua, ella tenía en su mano derecha la luna y su brazo derecho al frente en escorzo con la palma hacia arriba, la chica tenía su mirada fija al espectador, parecía esperar que alguien pusiera algo en su mano, la escena me pareció sumamente poética, me adentré tanto en ella que no oí lo que leyó el Mario sobre las cartas de Mateo, Marlon y Misael, lo único que se inmiscuyó en mi observación fue la canción “Smoke on the wather” de Deep Purple que parecía sonar a lo lejos.
-¿Qué veo en tu carta Martín? parece que una chica quiere algo de ti… eit, espera! ¿A dónde vas?- Salí apresurado del departamento, cuando crucé la puerta luché contra las enredaderas hasta que las reventé, vi como el humo salía completamente de la habitación hasta incorporarse al cielo llenándolo de nubes, corrí hasta la tercer cuadra, después caminé, el viento soplaba, las nubes que se movían furiosas dejando sombras en el paisaje. Para llegar a casa desde el departamento de Mario habría que ir hacia el sur, rodear el panteón o cruzarlo, yo decidí ir hacia el norte, tomar el bulevar, ese boulevard que ahora tenía en medio pitayos, cosa que no había visto antes, caminé con curiosidad viendo esos pitayos en medio del bulevar, mientras caminaba veía que los pitayos cada vez estaban más juntos… caminaba y los pitayos no solamente estaban en medio del bulevar sino también a los lados… caminaba y todo se volvía más denso, cada vez había más pitayos en medio y a los lados en los jardines de las casas… caminaba y cada vez era más pitayos en medio y a los lados… llegó un momento en que a los lados había colinas llenas de pitayos, estaba ya en el monte y había pitayos también en el camino, apresuré el paso y conforme avanzaba entré en un bosque de pitayos. Como los pitayos estaban cada vez más cerca de entre ellos los esquivaba para avanzar hasta llegar al punto de no encontrar salida, estaba completamente rodeado en una jaula de pitayos, no sabía cómo salir y empecé a desesperarme, vi un hueco al ras del suelo, metí primero mis brazos, después me arrastre hacia el frente y quede atorado hasta las costillas, ya no podía avanzar más, entré en pánico, no podía desatorarme, grité pidiendo ayuda pero lo único que veía era el verdor de aquel bosque solitario, no había ruido, ni de aves, ni de personas, ni de ningún animal, grité hasta que se me secó la boca, persistí en mi intento por salir, no pude. Guarde silencio mucho rato, grité de nuevo cuando empezaba a oscurecer, me rendí, el cansancio me ganó y me quedé dormido.
Me despertaron los rayos del sol, aún estaba atorado en aquella jaula de pitayos pero el entorno era otro, ya no estaba ese bosque sino un pastizal y un estrecho camino que lo partía. El viento comenzó a soplar rompiendo el silencio, el pastizal se movía como olas, grité pidiendo ayuda, pero todo parecía desierto, me aburrí, jugué dibujando sobre la tierra, después observé ese camino largo rato esperando que alguien viniera de él.
El sol irradiaba más luz, ya era el mediodía, empecé a percibir un olor a café tostado, veía aquel camino cuando de él alguien venia, le grité pidiéndole ayuda, conforme se acerba tomaba forma, era una niña rubia como de unos cinco años, llevaba un vestido ancho de gala dorado de una época antigua, la tela de aquel vestido brillaba por el intenso sol, se acercó a mí, yo estiré un brazo y con solo rozar mi mano logró sacarme de aquella jaula.
Caminamos de la mano por aquel camino, conforme avanzamos se veían tumbas antiguas y la luz del sol se tornaba amarilla, para romper el hielo pregunte a la niña su nombre pero no me contestó. Seguimos caminando de la mano, conforme avanzamos había más tumbas, llegamos a un punto en que las tumbas tenían juguetes sobre ellas, cada vez más, me solté de su mano, tomé una pelota de una tumba y la boté, ella enfureció por mi acción y quitó la pelota de mis manos, después aventó la pelota, al instante tomó forma de luz y se integró a ella, la pelota se convirtió en una bola de fuego y como asteroide voló hacia los cielos, todo se oscureció al instante.
¿Quién era esa misteriosa niña qué parecía salida de otra época? Me preguntaba recostado sobre una tumba, fumándome uno de los cigarrillos que cargaba en mi bolsa, observando al cielo estrellado.
FIN