
Ella sólo miraba. Su cara de angora vulgar me fastidiaba el rato. ¿Quién era ella para estar allí en ese momento? Corrijo: ¿Quién chingados era ella para estar ahí en ese momento, fastidiándome el rato?
- ¿Y esa gata?- Le pregunté a Vanessa y sus caderas anchas ataviadas con unos panties rosas.
- Se apareció sola esta mañana, cuando metí la ropa que lavé ayer, abrí la puerta y me siguió. No paró de maullar hasta que le di medio vaso de leche.
- ¡Es una gata mugrosa y apestosa! ¡Convertirá tu departamento en una pestilencia!-
- ¡Ay, Facundo! No sabes lo cariñosa y lo calientita que es. Ya me he encariñado con ella.- Y me hizo un guiño chipilón de chantaje.
- No soporto a los gatos adentro de las casas. Afuera lo que quieras, hasta me parecen un adorno salvaje y elegante. Su agilidad felina es atractiva; pero cagan y mean como un pinche ataque químico prohibido por la ONU. ¿Por qué no me haces el humanitario favor de sacarla mucho a chingar a su madre?-
- ¡Ven, Angélica! Tu papi no te quiere…- Vanessa y sus amplias caderas ataviadas con unos panties rosas, se largó al interior de su recámara para depositar al sujeto felino encima de la cama. Yo me quedé bufando de confusión y desagrado.
- ¡¿Cómo te atreves a subir a la cama donde nos acostamos a esa gata hedionda?!-
Vanessa y sus pechos de montañas lactosas tibias y ultrasensibles regresó hacia mí con su excelente buen humor y sus labios carnosos que sin hablar parecían siempre pedir algo para chupar. Me dijo:
- No exageres, Facundo. Los gatos son muy limpios. ¿No has visto como ellos mismos se bañan con su propia saliva?- Sus ojos eran los mismos de aquellas chicas que hablan sin tener la más mínima idea de lo que están hablando.
- Voy a hacer de cuenta que no dijiste eso.- Quise cerrar el tema.
- Mi amiga de la escuela me dijo que para que haga sus necesidades le ponga una caja de zapatos con un poco de tierra y que ella luego-luego se acostumbrará a hacer pis y popo en la caja sin ensuciar nada. ¿No es maravilloso?-
- Vanessa: Si vas a tocarme con esas mismas manos con que agarras tu gata, mejor lávalas antes. De seguro te huelen a esa gata hedionda y de seguro las traes llenas de pelos. Por favor.-
- Bueno, Facundo… ¿A qué has venido? Vienes muy peleonero y me estás poniendo de malas.
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Conocí a Vanessa a las afueras de la universidad. Yo era vendedor de suscripciones de televisión por cable y ella gastaba cinco minutos de su tarde en caminar desde su departamento de estudiante al campus cachorero de la universidad del desierto donde estudia psicología infantil. El calor fue cómplice para que se vistiera con unos jeans ajustados y una blusa chiquita que dejaba ver su cintura delgada y blanquísima, su ombligo de figura inmemorial y el nacimiento de sus pechos que eran como una flagrante violación del mandamiento cristiano que reza “no provocarás”. Su natural sonrisa de dieciocho años fue condescendiente con mi manera de mirarla y del saludo pasamos a la sonrisa, de la sonrisa a la ocasional charla, de eso a la promesa de mirarnos otra vez y de eso a la cama convertida en laguna de inevitables secreciones de los dos. Ella tenía algo que yo necesitaba: a saber un torrente sensaciones agradables que me hicieron adicto a su dulzura irresistible. Yo no tenía nada que ella precisara con urgencia de vida, pero ella se sentía bien de saber que era importante para algo y para alguien y eso al parecer bastaba y sobraba para que me dejara entrar en una vida que, por otra parte, tan siquiera empezaba y al parecer no tenía mayores certidumbres u horizontes que la hicieran distinguir o discriminar a las personas de acuerdo a su ralea. En una palabra, Vanessa era un pan dulce. Cuando empecé a platicarle acerca de cultura general y acerca de cosas que tenían que ver con su propia carrera y que le abrían de alguna manera su perspectiva intelectual, ella se sintió bien de intercambiar ratos de desnudez y de lujuria desbocada por ratos de charlas intelectuales que mejoraban su autoestima. Se enteró por ejemplo de la historia de la conctracultura de los jóvenes rebeldes estadunidenses de Chicago en la década de los sesenta y eso hizo que abriera sus ojos grandes grandes, con lo cual yo me gané un capricho que ella no pudo negar. Le pedí que saliéramos el viernes en la noche a una tocada de rock y que ella se pusiera unos leggins color negro que me volvían loco. En un punto impreciso de la alta noche hicimos el amor sobre el cofre de mi carro en plena vía pública en una ignota calle por donde no pasaba nadie y cobijados por la oscuridad. Todo es memorable para mí pero no para ella, porque su cuerpo es tan hermoso y tan excitante que casi siempre me causa una eyaculación precoz.
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- Bueno, Facundo… ¿A qué has venido? Vienes muy peleonero y me estás poniendo de malas.-
Vanessa se acercó hacia mí. Eran las dos de la tarde pero eso no fue impedimento para que jugueteara con su ropa interior y me invitara a probar de su fruta posada en su entrepierna; pero era otra cosa la que yo quería y ella lo supo inmediatamente y sin palabras.
Cuando Vanessa me hacía el sexo oral era como ver a una estrella porno desquitar los veinticinco mil dólares que le pagan por excitar a los viciosos de la pornografía alrededor del mundo y hacerlos eyacular antes del minuto quince del largometraje de noventa. Sus labios carnosos lo abarcaban todo. Usaba su lengua como una limpiadora exquisita de impurezas traducidas en sensaciones de placer que ella iba absorbiendo mitigándolas en gemidos acalorados y saciados. Lo que tocaba lo barría de tibieza y humedad convirtiendo una erección en una palpitación de alerta como cuando la alarma de la estación de bomberos o de la Cruz Roja sonaba sin parar para llamar a todos sus voluntarios a apagar un incendio o para rescatar a alguien que ha sido herido por algo transgresor y violento. Los labios y la lengua de Vanessa, incluso sus dientes, convertían a su boca en una amenaza para la paz sexual. Su ritmo de subir y bajar su cilindro de carne por mi pene encendido tenía las mismas claves de un pirómano rondando una casa abandonada o una pradera de yerba seca al punto de un cerillo. La boca de Vanessa era incendiaria y su cometido casual era el de siempre causar una explosión. Yo no podía ver a mi chica sin hacerlo dos veces porque sólo hasta el segundo acto llegaba a penetrarla. Entonces ella se aliviaba por algunos minutos. Vanessa es como esa época de la vida de un hombre que debería ser permanente. Cuando el tiempo no debería pasar. Cuando uno pudiera decidir quedarse ahí, treinta o cincuenta años si eso fuera posible. En esa misma edad, con esa misma fuerza, en esa circunstancia.
No sé qué hizo que la gata fuera capaz de abrir la puerta de la recámara de Vanessa, internarse en la sala y subirse al sofá donde retozábamos introspectivamente. No sé si fue el ruido de nuestras acciones, nuestros gritos ahogados y después liberados o el aroma fuertísimo de nuestros genitales una vez desollados por nuestra incruenta masacre de placer.
Pero ahí estaba. Angélica la mugrosa gata.
-¿Por qué se llama Angélica tu gata?- Le pregunté a Vanessa y su depilado pubis rosa, al tiempo que agarraba un zapato para amenazar con descontarla si se me repegaba con su pelambre apestosa así desnudo como estaba.
– Porque se parece a la Primera Dama, la esposa de nuestro señor presidente.-
– ¡Sssst. Qué mamona eres, Vanessa! ¿Y por qué no le pusiste Gaviota en lugar de Angélica?-
– Gaviota es un apodo. No le pones a alguien un apodo por nombre.-
– Very cleaver. Very cleaver.-
– ¿Te gustan las mascotas, Facundo?-
– Los perros. Los perros son más chingones que los gatos. Lejos.-
– ¿Tienes un perro?-
– Sí. Tengo un perro bien chingón.-
– ¿Cómo es? ¿Cómo se llama? Se me antoja abrazarlo.-
– Es prieto. Negro, café, gris, amarillo. Tiene un chingo de colores. Es más corriente que la palabra fundillo.-
– ¡Ay que grosero eres! No vuelvas a decir esa palabra nunca.-
– O. K. Disculpa. Ese es un chiste que hace un amigo mío. Y me da mucha risa porque se oye así… muy corriente.-
– ¡¿Cómo se llama tu perroooo?!-
– Se llama Mohamed El Mugabri.-
– ¿Queeeeé? Es un nombre muy largo. ¿Por qué se llama así?-
– Por Las Mil y Una Noches, por el personaje del cuento Historia de los dos que soñaron, se parece mucho a él.-
– ¿En qué?-
– En todo, Vanessa. En todo.-
Le di un beso en la boca y me fui, cada vez más enamorado de su cuerpo.
La gata me miraba con un recelo y con una desconfianza que yo estuve seguro que una guerra se pactaba.
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En una noche de urgencia pasional visité a Vanessa a la hora en que ella está terminando de hacer sus tareas y se alista para dormir, puesto que todos los días se levanta a la seis de la mañana para llegar a tiempo y bien bonita a su primera clase. Eran las once de la noche y traía mi aparato sexual de connotados sobrenombres como lo dijo Andrés Calamaro en su oportunidad, como un cohete en mi pantalón. Si no estallaba mi cabeza de abajo estallaría mi cabeza de arriba, como las fembots en la película de Austin Powers International Man of Mistery. La verdad es que el personaje, ficticio de tan fascinante, de mi vida real en que llegó a convertirse Vanessa, disfrazó mi dependencia emocional en dependencia sexual y ya no me importaba si yo no creía en el matrimonio o en eso de tener hijos. Ocupaba cogérmela a como diera lugar y por el amor de Dios. No importaba si tuviera que casarme con ella ante la ley judía, musulmana, cristiana, aleluya, mormona, episcopal, ortodoxa o de una iglesia patito manejada por un pastor naco, barbudo y perverso como su puta madre. Vanessa era la mujer perfecta para mis inmediatas felicidades y necesidades. Así que…
Fue grande mi sorpresa cuando al llegar a su depa vi todas las luces apagadas pero la puerta abierta. Me asusté. Me preocupé. No eran buenas señales: Vanessa duerme con las luces prendidas y siempre asegura bien las puertas. Algo me hizo avanzar en silencio hasta la recámara de mi diosa sexual, aquella por la cual estaba perdiendo la cabeza y a la que entregaría mi vida por más que ésta se perdiera en los anales milenarios de la mediocridad y el valemadrismo proverbial del consumismo idiota de mis tiempos. Todo lo grande que yo iba a ser con mi futuro y con los dones que Dios me regaló se los ofrecería y dedicaría a Vanessa, tanto si lográbamos fundar una dinastía de multimillonarios excéntricos, como si llegáramos a procrear tres hijos y uno se perdiera en las drogas, otra en la prostitución de medio pelo y el otro fuera un gay de lo más corriente y pusilánime. Mi vida y mi destino se cifrarían en tres sílabas. Va-nes-sa. A huevo.
Pensando que mi vieja estaría acostada boca abajo, en tanguita, refrescada solamente por el ventilador que yo le conseguí para su tardío verano, girando hacia sus pies, sus muslos, sus nalgas, su espalda desnuda, sus hombros, su cabello, conservándola fresca, apetitosa… Listo y fascinado con la idea de sorprenderla, llenándola de besos delicados hasta excitar sus sentidos y hacerla fundirse en una entrega inolvidable…
Estaba mi novia Vanessa a oscuras en su cuarto, en su cama, abierta de piernas, grabándose a sí misma y a su gata, con el teléfono moderno de cámara ultra potente iluminando el centro de la escena: Angélica (tocaya de la Primera Dama) lamiéndole su clítoris y ella en un espasmo, dificultosamente manteniendo su mano firme para no perder detalle del acto, mientras jadeaba enloquecida por la lengua rasposa del infernal ser que la chupaba. La zorra de angora había logrado seducir a mi morra y ahora le daba el placer que yo mismo no lograba, porque se notaba cómo sentía, cómo se retorcía de excitación al tiempo que grababa la hazaña para subirla al internet. O sepa Dios…
- Acompáñanos…- Alcancé a oír que me decía Vanessa mientras yo daba la espalda y me fugaba.
Yo volteé con toda indignación. Con todo lo que me quedaba de amor propio, dije:
- ¡Fúchila!-