La Familia Rolante: una noche con el Mastuerzo

La ciudad pintó su noche de hermandades que acudieron a la cita

 

Texto: Lenin Guerrero / foto: Joel García

Si alguna posibilidad tuvo la noche del pasado 3 de noviembre de convertirse en gratitud, fue precisamente por una alquimia donde las rolas resultaron un ingrediente imprescindible.

Presto el foro y prestos los eléctricos aditamentos, la ciudad pintó su noche de hermandades que acudieron a la cita en el Patio Centenario. El motivo, prestarle orejas al Paco Barrios, el Mastuerzo, luego de siete años de su última visita a Sonora, un hombre que nació para rolar y rolear, trovar con los hilos que tejen la alegría y la tristeza de este país.

El show del ex botello fue antecedido por Heriberto Duarte y su guitarra folkeadona, quien mostrándose dueño de un flow arremangado hizo suyo el escenario con su lírica contrapunteada y arrabalera. Entre otras muestras de su estilacho que se restriega en las fronteras del rocanrol y un rupestrismo delirante, destacaron Tengo un compa bien metido en eso y La malilla y la navaja, temas que esclarecen la intención lúdica y poética del Machi.

Seguido del buen Heri, Javier Cinco subió al escenario para dejarse caer con un repertorio selecto y bastante efectivo, como el que desplegó en el Cervantino la semana antepasada, sólo que esta vez empoderado por la guitarra del jazzmaster Jimbo, quien acolchó el sonido del trovador de la ciudad del sol hasta puntos donde las letras de Javier parecían maniobradas para gozo del dueto. La pipa del abuelo, Feliz y Te tengo tan presente fueron botones de estos decires.

La redondez de la noche quedó en las expertas manos de Francisco Barrios, nada más casi cincuenta años dedicados a la música en grupos emblemáticos como Los Nakos y Botellita de Jerez.

En su primera intervención llegaron las razones para pensar en nuestros muertos, un altar hecho en el aire con canciones que se aproximan a ese misterio irresuelto: Muero por vivir, La ventana y el umbral, El ropavejero, Ven y Mira, Doctora Corazón entre otras.

En boca del Mastuerzo aparecieron también choros filosofantes, los que atribuyó a su piscóloga de cabecera. Pensar y decir la brevedad de la vida, maldecir a tiranos como esos que matan palestinos, escudriñar la niñez, hablar de los muertos para provocar y repetir los encuentros con quienes se nos adelantaron.

Con el Mastuerzo también llegó su mensaje más fundamental e íntimo, el amor por los semejantes, que implica también sacudirse los delirios de grandeza histórica y reconocer nuestros aspectos más desadaptados y ruines, abrazando los fracasos para sacar la garra como buenos quijotes blueseros de la vida. No podían faltar para ello canciones como Prohibido, Niña de mis ojos y La mamá de Tarzán.

Frente a la inmediatez del deseo como propuesta que inunda las calles, una pausa para el refugio de las canciones de palo, carne y aire fue necesaria. ¿Cuándo volverá a repetirse una noche de guitarras desbocadas y voces familiares? No lo sabemos, pero espero que pronto.

En postdata quiero mencionar que Paco Barrios es también conductor del programa ¿Cuándo vienes a cantar a la casa? (transmisión por Canal Capital 21, con espejo en YouTube), sin duda uno de los mejores rescates que ha tenido en años la canción de autor, un montaje muy profesional con pequeños ensayos audiovisuales sobre trovadores de antaño, roleros de todas raleas y el folclore nuestro y sus influencias. También le da espacio a invitados musicales jóvenes, medianos y mayores, con el denominador común de vivir en la trinchera de una canción alternativa y sin pasteurizar. Algo chilo.

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