
José Alfonso Jiménez Moreno
alpsic@gmail.com
Con el auge de los medios digitales y de las redes sociales es cosa de todos los días tomarse selfies y postearlas. El término selfie nos remite al self portrait o autorretrato, que es cuando una persona recurre a un medio gráfico para poder observarse a sí misma en una situación particular. Si bien los autorretratos no son nada nuevo, ¿qué podemos decir de las selfies, que resultan tan comunes actualmente y que ahogan nuestras redes sociales y fotos de perfiles a diario? ¿Las selfies muestran algo sobre nosotros más allá de poses y de lugares que visitamos? ¿Su auge se relaciona con la vida en línea?
Aristóteles afirmaba que somos un animal social, idea que se ha afianzado y complementado a lo largo de la historia de la filosofía y de la psicología. Bajo esta idea, para la conformación de nosotros mismos requerimos de los demás. Fuera de la vida en línea, conformamos nuestra personalidad a través de la identificación con las personas con quienes compartimos vivencias, experiencias, gustos, miedos e, incluso, aburrimiento. En nuestro contacto con los demás nos definimos a nosotros mismos; las charlas y las vivencias con los otros nos ayuda a reconocernos, al mismo tiempo que ayudamos al reconocimiento y a la conformación del otro.
Dentro de las redes sociales tenemos la oportunidad de conocer la vida de nuestros contactos a través de sus posts. Paradójicamente, este acercamiento sin precedentes a la vida de las personas ha traído un alejamiento de ellas de las mismas dimensiones. En los likes (o me gusta) solo existe el vacío, ya que no favorecen la identificación ni el intercambio con los demás, son sólo una expresión vacía de un interés efímero por los posts. En esta vida en línea no hay experiencia que nos permita construirnos a nosotros e identificarnos con los demás.
En esta falta de experiencia en nuestra vida en redes sociales, la necesidad de identificación y de conformación de nosotros mismos se manifiesta a través de las selfies. A falta del otro y de la experiencia que me ofrece como constitutiva de mi ser y personalidad, el vacío que el me gusta no puede llenar se sustituye con las selfies. Así, las selfies cumplen una función realmente importante para quien tiene una vida altamente activa en línea. La observación de nosotros mismos mediante el uso de las cámaras de nuestros smartphones nos permite buscar nuestra conformación de una manera artificial.
Valorarnos a nosotros mismos a través de nuestros propios ojos asemeja a vernos en el espejo constantemente como consecuencia de una falta de interacción cara a cara con nuestros congéneres, que es un elemento importante para constituir la experiencia. Esto no es menor, ya que es sólo la experiencia lo que nos permite conformarnos como seres humanos. Posar para nuestra selfie y acumular muchos me gusta sería, bajo este punto de vista, un intento simulado de búsqueda de experiencia.
La conformación del yo (en inglés, del self) en la era de las redes sociales, del compartir y del me gusta es nuestro intento de valorarnos y reconocernos como seres humanos frente a nuestros propios ojos como paliativo de la falta de experiencia. Una selfie que no se postea o se comparte mediante una red social se vuelve inerte, pierde el chiste. Es justo la posibilidad de compartirla a nuestros contactos en línea lo que facilita la simulación de la experiencia. No es que uno no experimente la situación en la cual se toma una selfie, si no que adquiere sentido cuando se comparte con los contactos que se tienen en las redes sociales. De tal modo, la vida en línea permite la sensación de conformación de uno mismo con cientos de personas: la selfie lo hace posible, al menos de manera artificial.
Si mis contactos le dan me gusta a mi selfie, podré interpretarlo como un logro y una legitimación de la mirada que tengo sobre mí mismo; es decir, sabré que mis contactos también me ven como yo me veo a mí. Con ello habré simulado una experiencia y seguramente habré satisfecho de manera momentánea mi necesidad de identificación.