
La tierra
aún está mojada.
En medio de dos árboles
reposa un limón.
Mariana Vargas.
Texto: Bruno Herley.
Hace quince años que no sé de ella. Fue la tarde de un mes de verano de cualquier año, cuando encontré a Mariana en el centro del puerto, sentada sobre un tapete de bordes azules, con una pequeña pinza en su mano derecha y un cigarro sin filtro en la otra. Tejía una pulsera roja alrededor de una piedra negra. De pelo largo y arisco, vestía camisola gris a cuadros y jeans azules desgastados en las rodillas, cuando le hablé, levantó su rostro y mostró la sonrisa de dientes manchados de tabaco, sus ojos claros y profundos, llenos de vida, furia y paciencia. Platicamos largo rato, era un bazar cósmico donde podías encontrar desde astrolabios hasta semblanzas de estrellas desconocidas, desde música hasta títulos de libros.
Mariana lisérgica: tenía el don del centeno, artista callejera que, a pesar de venir de cuna holgada, decidió marchar por el mundo con el único compromiso de vivir, fue ahí donde descubrió su poesía, esa que nace de lo brusco, de lo feo, de la sangre, del mal olor y sabor, de las noches en vela, del ayuno, de la bolsa vacía, de los golpes; noticia de trovador, flor de estación, de grito nocturno que aligera la rabia cotidiana.
En ocasiones fuimos al hotel donde trabajaba, sentada en el recibidor, el humo de su tabaco subía hasta el par de lámparas parpadeantes en el techo. Charlamos sobre autores de literatura fantástica, recitamos poemas, fumamos como si no hubiera mañana. De esas noches recuerdo el timbre lechoso de su voz.
En algún calendario marqué el día que la acompañamos a la central camionera, abordó un autobús y la vimos partir, fue tan rápido extrañarla que es hoy cuando sucedió. Muchas fueron las conversaciones, sería imposible ubicarlas en el tiempo, Mariana es un signo, un pájaro lleno de pájaros, fue, a lo largo de la época que compartimos, la luz fugaz de los carros en la madrugada.
Comparto con ustedes el único poema que tengo de Mariana Vargas.
Instantes
La tierra
aún está mojada.
En medio de dos árboles
reposa un limón.
En el cuarto
de la cocina
parpadea una veladora
puesta a la virgen
de Guadalupe.
Mis cabellos serpentean
con el aire,
la mitad del cuerpo
está fresco,
la otra
suda en el verano.
Los grillos saltan,
gritan
por todo el hotel.
Sombras,
ronquidos
y jadeos
tras las puertas.
Una a una,
las luciérnagas
del tabaco
van poblando
de humo
la oficina.
El limón sigue ahí,
quieto
y magnifico.
Esta noche
no es para hablar,
puedo percibir
los instantes
sencillos
con sus sombras
imponentes.
Sólo la esfera,
sólo el limón
guarda la coherencia,
lo demás
(junto con mi ser)
pertenece
al instante
perecedero,
o a la página
que se cambia
para dar paso
a otra
completamente
lisa y blanca.