Ficciones breves

Foto: Julio Saucedo.

El lado B de las cosas

El dictador mandó a montar unos espectaculares donde aparecía ayudando a un par de obreros. Con las mangas de la camisola recogidas, sonreía para la cámara, mientras uno de los trabajadores lo tomaba del hombro y con la otra mano levantaba el pulgar.

—Mira, el tirano es igual a nosotros —dijo una señora

Al día siguiente una turba tomó por asalto el palacio y asesinó al dictador.

 

Los mapas

Precisamente hoy, el escritor cumple un año de estar perdido. Detrás de él una ventisca lima finamente los bordes del caserío, pueblo de adobe que luce como un soplo cargado de polvo a mitad del desierto. Es el primero que encuentra después de días de caminar y, al igual que en los últimos, en este tampoco supieron decirle la fecha que él esperaba.

Un año atrás encontró un pueblo de cazadores. Tuvo la mala fortuna de vomitar una bebida amarga y sebosa que los ancianos le habían invitado en una ceremonia. Entre golpes y empujones lo llevaron fuera del campamento. Registraron sus pertenencias y encontraron su bitácora y fue entregada a la Matrona Mayor, —Esto es su tiempo y con él me quedaré. Vaya a caminar, ya no lo queremos aquí.

Sin voltear, siguió las sombras que las fogatas proyectaban hacia el desierto, hasta quedar solo frente a la luz de la luna, todavía alcanzó a ver que el reloj marcaba las doce en punto de la media noche.

 

Allá hay algo

Debajo del cielo: viento, nubes, aviones, edificios, bosques, desiertos, mar, postes, árboles, odio, cariño, cuerpos, bisutería, ropa, armas, palabras, estampidas. Debajo del cielo todo, menos el cielo. Martín murió con sus labios en sed, creyó brincar la frontera y con espanto miró en el horizonte que todo era igual.

—Allá… Allá hay algo.

Aquella tarde en algún lugar nacía un árbol frondoso, dos amantes se besaban debajo de una buhardilla, un moribundo temblaba en su último minuto, una rama crujía en el aire por algo profundo y desconocido.

 

Metodología

A lomo de mula, los antropólogos quisieron atravesar la sierra madre para investigar el régimen alimenticio de los pueblos apartados. El duro camino de la naturaleza los venció, algunas provisiones cayeron en los acantilados, las restantes, rápidas, fueron consumidas a pesar del racionamiento. Los investigadores terminaron por devorarse unos a otros. Las mulas llegaron solas al pueblo, imperturbables ante la naturaleza del hombre.

 

Conversaciones en el trabajo

Segundos antes que el café estuviera listo, recibieron la orden. Los dos hombres, Uno y Dos, rápido tomaron las llaves que colgaban de sus cuellos.

—Espero que no te pongas difícil, en este momento eso sería una broma de mal gusto —dijo Uno.

—No te preocupes. Sé mi trabajo.

Cada uno colocó una llave en una cerradura y liberaron un interruptor de dos mandos.

—Al conteo de uno: tres, dos… ¡Uno! —ordenó Dos.

Los motores del misil nuclear cimbraron la oficina de mando, interrumpiendo por momento la visión en las pantallas.

—Bien. Todo está hecho. Solo queda esperar —dijo Uno.

—¿Quieres café? —preguntó Dos.

—A buena hora terminé de pagar la hipoteca del carro.

—Ah. Bien por ti. Eso te hace un buen pagador.

—Sí. Sobre todo.

—Yo había planeado matar a mi esposa y su amante este fin de semana.

Los dos hombres, sentados frente a frente, bebieron despacio el café.

—Llámale a tu mujer —dijo Uno.

—¿Para qué?

—Dile que ha llegado el apocalipsis. Por lo menos date el gusto que viva con terror los últimos momentos.

—Tienes razón.

 

Fabular

Papá dejó a hermano y hermana solos en el bosque, tenía la esperanza que un lobo los devorara. Sin remordimiento alguno, abordó el carro y emprendió velozmente su marcha hacia casa.

—¿Ya lo hiciste? —pregunto mamá al verlo llegar.

—Sí. Los dejé en lo más profundo del bosque.

—¿Procuraste no darles algún pan?

—Ni agua.

—Bien. Entonces hagamos lo nuestro.

Mamá, vestida con una bata blanco que la cubría desde el cuello hasta los pies, se echó a la cama y abrió sus piernas. Papá, temblando de emoción y con el pene erguido, lentamente la penetró.

—Ahora, repite conmigo: Señor, esto que hacemos no es por placer… —dijo ella.

—Señor, esto que haces no es por placer…

 

La clave del contrato

El príncipe Zo sacó del castillo, sin que se diera cuenta su hermano gemelo, el pequeño ornamento de oro donde su padre, mucho antes de morir, había grabado el nombre de quien sería el futuro rey, lo quería tanto que no quiso leer lo escrito por él ahí. Para no despertar sospechas, convocó a cuatro hombres a un lugar alejado del pueblo, al pie de una montaña de enormes picos donde abundaban las piedras y la tarde caía en un azul cobalto repleto de estrellas. El príncipe partió disfrazado de leñador, con cuatro palas y un bidón de vino colgando de un asno.

Al llegar mandó a cavar una fosa y en ella depositó el ornamento de oro, los hombres, después de taparla con piedras y tierra, temerosos esperaban, como es común en estos casos, a que el príncipe los matara, en lugar de ello se les ordenó buscar cinco piedras lisas para sentarse y recibieron abundante vino como pago.

Zo había escogido el vino más añejo, de sabor dulzón, para que los cuatro hombres pudieran emborracharse sin temor. Cuando miró los ademanes reiterativos y el relajamiento de las palabras, dijo lo siguiente: Los dioses nos han protegido esta tarde.

—Mi príncipe, perdón que lo contradiga, pero es un solo Dios —dijo uno de los hombres.

—¿Tú qué piensas? —el príncipe interrogó a otro hombre.

—Señor, sólo hay dos dioses: Melá y Acabá, padre y madre —contestó.

—No, señor. No les crea a estos embusteros. Son cuatro los dioses y cada uno rige una parte del cielo —dijo otro de los hombres.

—¡Mentira! —alzó la voz el más embrutecido—. ¡Son siete los dioses!

El príncipe se levantó y fue a orinar. Escuchó cómo la discusión subía de tono, hasta llegar a los golpes y después a las piedras. Solo quedó uno, con una gran herida en la cabeza, y ahí los dejó, a la intemperie. Al día siguiente, los carroñeros. dieron cuenta de los cuatro cuerpos.

 

Bruno Herley. Ha publicado en antologías de poesía y cuento, tiene una novela corta de nombre Dios  es solo un nombre (cómo matar un pájaro con marketing), disponible en Amazon.

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