Por Iván Gómez (@sanchessinz)
13:14
El sujeto apenas si tenía un pie dentro del OXXO cuando el pequeño mostrador con dulces al 2X1 se cayó. De inmediato alguien en la fila gritó “Está temblando, está temblando”. Sacó su único pie de la tienda, dio la vuelta, fue el primero en protegerse en medio de la carretera, no sin un poco de problemas con el tambaleo.
Esto es lo más parecido a sentirse borracho, niñote de mamá, recuerda las palabras de su hermana pronunciadas 12 días atrás, cuando tembló de noche. Pensó esto muy rápido porque aún nadie salía del OXXO, y nadie lo haría: trozos de fachada y partes de balcón se desplomarían justo a la altura de la entrada, y el resto de la gente, sin saber cómo o por dónde moverse abrió los ojos y se les blanqueó la cara. Él no supo qué hacer, sin notarlo levantó la mano con la palma extendida, trataba de tranquilizarlos o tranquilizarse a sí mismo. “¡Pinche centro viejo!”, gritó alguien detrás de él y a su derecha pasó corriendo una persona, seguida de dos o tres más, les extendió su palma también. Seguía temblando. Creyó estar cara a cara con la eternidad, y por ella se derrumbarían los árboles y los edificios viejos de su Puebla, ¿crujieron las paredes o era su imaginación? También pensó que el mundo se acabaría cuando hasta los autos se alarmaron; varios vidrios que no identificó comenzaron a chirriar, luego tronaron y su caída sonó como una lluvia de fino granizo.
Seguía el temblor. Ya a esas alturas pensó en su vida como niñote de mamá a los 24 años y en todas las posibles maneras de redimirse -¿por fin haría su primera borrachera?, ¿una cita con una desconocida?- ¡si tan sólo dejaba de temblar!
“Oh my good! Why was it so longer?”, dijo un turista hospedado muy probablemente en el Hotel Colonial de Puebla, frente al Carolino, alcanzó a interpretar lo que dijo y entonces se dio cuenta de que el temblor ya había acabado, sólo sus piernas continuaban. El niñote de mamá se dirigía a comprar una cajetilla de Camel, misma que sintió necesidad de consumir luego del susto.
Después del sismo
I
Fue a la una catorce según los noticieros que están pasando imágenes de México y los edificios que se cayeron con mucha gente adentro. Yo quiero pensar que sí se salvan vidas con esto de la cultura de la prevención, ¡en balde estaríamos año con año haciendo simulacros en el trabajo!, lo mismo que los niños desde que iban al Kinder. El problema es que allá en la Ciudad de México, alguien que vive en un piso 33, y sin exagerar, un piso 12, por más cultura de la prevención que tenga, si en el destino del edificio está caerse, no hay velocidad que la salve, ¿o sí?
Cuando venía en el camión el López Díaz decía que las torres JB sufrieron daños estructurales, aunque sean administrativas están habitadas a esa hora, por así decirlo. ¿Cómo se puede solucionar un problema así? Que todos vivan en casas de pocos pisos es imposible en toda la extensión de la palabra, ¡somos muchos! “¿Será que estamos condenados al capricho de la naturaleza?”, dice mi esposa, que no ha dejado de jugar con mi cabello desde que llegué a casa, ella estaba con los niños, casi por la escuela; y ahorita están viendo las noticias con nosotros, todos estamos echados en el sillón grande. Andrés y Pepe abrazan a su mamá, Karla me soba la panza, todavía la traigo revuelta por el susto. “Pero por algo Dios hace las cosas… ¿no?”, dice, y me ve esperando una respuesta que no le daré.
II
Voy de la mano con mi novio Iván, de una u otra forma estamos avanzando, rodeamos las calles que están cerradas, avanzamos apresurados entre la gente, nosotros también vemos los techos de los edificios con las cintas amarrillas. Yo creo que fue trepidatorio, la escuela se movió horrible, las lámparas alcanzaban el techo, y por suerte no se rompieron los focos… Nuestras manos sudan más de lo normal; la suya me aprieta, lo aprieto a él, es una manera de tranquilizarnos ante el horror de ver trozos de edificios tirados, los semáforos apagados, algo se mueve y parece que vuelve a temblar, ¡las malditas réplicas! Jalo mucho aire, pienso en mamá, en mi tía, ¿cómo puede ocurrir esto?
¿Te das cuenta de que es el temblor más fuerte que hemos vivido?
Sí, y la coincidencia del 85… qué miedo. Pobres de los de DF, ¿cómo estarán? –me contesta.
Pasamos por la churrería, la tele está prendida, las noticias pasan imágenes de la CDMX y él se tranquiliza parcialmente. Todos estamos tranquilos parcialmente, con el mundo detenido, ya nadie trabaja, nadie estudia, nadie hace más que salir a las calles y caminar en busca de sus familiares, la ciudad se ha convertido en un sitio de búsqueda.
Más cordones amarillos delimitan varios edificios, muchos perdieron partes importantes. La gente –nosotros igual- camina en medio de la calle, los coches pasan muy lento. Pasamos y vemos un vidrio en un segundo piso a la mitad. Varias señoras afuera de un local también lo ven, una de ellas parece decrépita, casi un cadáver. Me estremezco, se la describo a Iván que no la vio, “A lo mejor ella causó todo esto… ja”. El cristal termina por caerse y se estrella en el piso, nosotros ya no lo vemos, sólo escuchamos como una señora grita “¡Madre santísima!”, muchos otros voltean, a lo mejor piensan que es una réplica.
Nos detenemos al ver la enorme grieta de un estacionamiento que va desde el techo hasta dos metros hacia abajo, Iván exclama la sorpresa. Otros la observan igual de sorprendidos. Es tonto pero pensé en la exposición de mañana, no es como que me importara tanto, nadie le pone empeño a psicología, pero eso me hacía pensar en qué pasaría con la ciudad… Sentí un hueco en el estómago, mis hombros se cayeron, me sentí muy triste porque pensé que, en otro lado, posiblemente haya algunos muertos. Por eso caí en cuenta de que yo estoy viva, estamos vivos e ilesos. Por eso, en medio del desastre, pensé en si Iván se encontraría muy mal aún, y para mostrarle que también está vivo saqué el listón perfumado con la foto y la carta que le escribí ayer en la noche, lo abracé muy fuerte hasta que se entumieron mis brazos.
Luego nos encontró mi mamá, me abrazó muy fuerte, me sentí todavía más viva, aunque sin saber si otros lo están, si mucha gente está bien.
III
Por mi mente pasan las voces de todas las personas que agradecieron que el temblor ocurriera en la noche, si no, imagínense el caos que hubiera ocurrido en las escuelas, en las calles, en los trabajos, bueno, en todos lados ¡Por algo Dios sabe cómo nos manda las cosas! Quiero saber qué dirán ahora que este fue en plena hora pico, y se sintió todavía peor que el de hace dos semanas. Estaba en la escuela, en los terceros y bajé rápido las escaleras, en los patios varios desmayados; otros descompuestos en lágrimas, no lo aceptan pero piensan en sus papás, en sus abuelos, sus tíos; varias parejas se abrazan. Los que estaban en la entrada empiezan a gritar que el piso de la calle se cuarteó. ¿Aceptarán por fin que Dios no tiene nada que ver en esto?
Rescates
Un niño va agarrado del pantalón de un anciano que refleja cansancio en su mirada, el niño aparenta unos 10 u 11 años. Los 4 ojos ven la tragedia al rojo vivo con zozobra, el niño, muy dentro de él sabe que es de esto de lo que le hablará a sus hijos, los ojos cristalizados del abuelo hablan por él: no puede creer que a 32 años del incidente del 85 se repita la tragedia en la que perdió casi todo. Se fue a vivir a casa de su mamá junto con su esposa y ahí se instalaron por varios años porque no pudo demostrar que uno de los 16 departamentos caídos era de él.
También perdió a su hermano, él dirigía una fábrica textil, tenía dinero, recuerda que siempre fue el más vivo, trataba muy mal a sus empleadas… lo encontraron al lado de una, se veían igual de putrefactos, invadidos por varios gusanos viscosos que les quitaron el color.
No se le murió nadie esta vez. Al niño, sí. Sobre todo sus amigos de la escuela, varios estaban en la entrada y algunos salieron corriendo ilesos. Y sólo por ellos es que está con su abuelo, frente a los escombros de su escuela: le han pedido que diga nombres, que grite, tal vez así, al escuchar una voz conocida, los niños que posiblemente siguen vivos salgan del pánico que los tiene desde que un rescatista hizo contacto con ellos y solo recibió gimoteos. No es el único niño, le pidieron lo mismo a varios, “nosotros nos encargamos de cualquier ayuda psicológica, señora, señor”, dijo el jefe de la brigada a los papás de varios niños.
Los papás del que va con su abuelo se negaron rotundamente en un principio. Él fue quien los convenció con lágrimas en los ojos, gritándoles que Laura, Jesús, Héctor, Ricardo, Emilio, Jimena, Octavio, Alan, Mimi y otros de sus amigos de varios salones seguían ahí y debía ayudarlos.
No se arrepiente de ir, pero tampoco entiende si los cuerpecitos ensangrentados que sacaron de entre los escombros estaban vivos o qué. “¿Por qué todos estaban tristes, mamá, si ya los habían sacado, mamá?”
Tomado de: http://neotraba.com/fragmentos-del-sismo/