Escritos (no) compilados por Abigael Bohórquez

Abigael Bohórquez. Foto: Carlos Sánchez

Omar de la Cadena

Todo gusano bienvenido

a los contactos estratégicos,

a las listas serviles,

prometeos domésticos,

poetas amigos íntimos del Capitán,

trepadores de turno,

a la mesa, a la mesa,

a engordar,

huéspedes inevitables,

caballeritos dispuestos.

 

“Patria, es decir”

Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo

y otros poemas civiles

ABIGAEL BOHÓRQUEZ

 

Como un viñador de oficio, Abigael distingue los frutos buenos de los malos, cuando cosechó los más sabrosos e imprescindibles. Cada reglón de sus libros fue la parcela donde hizo surco, plantó su semilla, miró crecer la vid de sus ideas, y cosechó las más redondas uvas, para encontrar la recompensa de su oficio literario. No cosechó todos sus frutos (otros lo harían por él) y aún aquellos dejados atrás (por él mismo y por otros) no se vuelven contra sí mismo, porque casi la mayoría de su obra poética, ensayística y teatral se mantiene vigente ante una crítica dura y diversa, tanto la de sus amigos como la de sus enemigos declarados. Los prometeos domesticados (sus críticos de buena leche, pues), no emponzoñan y sí distinguen sus alimentos terrenales.

Ya he declarado en esta y otras páginas, la existencia de libros así como escritos no compilados que se encuentran olvidados y/o guardados por sus conocidos, así como aquellos destruidos por nuestro caballero andante de la leperatura mexicana. Aunque estaba receloso de cualquier paternalismo, Bohórquez cuidó lo mejor que pudo y recogió cuando le fue posible a sus hijos de tinta, dejando un patrimonio duradero en sus distintos collares de perlas que le tocó reunir: su obra literaria. Quizá la más evidente se encuentra en los libros de ensayo o de crítica que se encuentran inéditos. Sobre todo porque aquellas obras de teatro, de ensayo, y de poesía, que se perdieron y se extraviaron intencionalmente después de sus distintas mudanzas, él mismo no las reunió en sus libros y ahora descansan en el olvido en los periódicos y revistas donde los publicó. Estos y aquellos son la carta de navegación de su última patria: el poema en sí —entendido este como cualquier texto con valor literario—, y los lugares que evoca; porque son sus bitácoras de sus labores primordiales, la noticia de los lugares donde se encuentran las coordenadas de él y de otros tripulantes.

¿Qué pasa con aquellos que no fueron desdeñados por su autor o que no quedaron bajo su recaudo? Aún estos escritos quedan a merced de un criterio compilatorio más que antológico, de cada uno de los albaceas literarios. Este es el caso de los escritos menos conocidos que se encuentran en Poesía reunida e inédita, editada y anotada por el investigador literario, Gerardo Bustamante. Este voluminoso libro de pasta dura muestra de entrada, el homenaje institucional más grande que ha tenido el poeta noroestense. La compilación de (casi) toda su obra, con profusas notas filológicas y un estudio preliminar así lo demuestran.

No obstante, hay cuatro aspectos imprescindibles para la cabal comprensión de Abigael Bohórquez. Poesía reunida e inédita (2017). El primero de ellos se encuentra en el objetivo de su existencia: no se trata de una reunión discriminatoria sino compilatoria de poesía (es decir, no es una antología). No obstante, esta edición de pasta dura muestra una serie de problemas de carácter compilatorio, aunque no tenga el grave propósito de ser antológica: carece de las primeras letras de su autor (Ensayos poéticos, su primer poemario) y de las últimas (Ala vuelta poesía, su último poemario), a pesar de ser una de las más exhaustivas recuperaciones de una obra poética. Algo muy grave, aún para los no estudiosos de la obra poética de Abigael, porque no recibimos una imagen de cuerpo completo. Es, en este sentido, una recuperación exhaustiva de poemas, pero aún incompleta, por la ausencia de más de diez de ellos.

¿Cuál es el motivo? Pueden adivinarse varios, a pesar de que el criterio de inclusión es compilatorio y el criterio de exclusión es antológico (aunque el descarte se deba al criterio que siguió Dionicio Morales, que utilizó Bohórquez previamente en su Heredad. Antología provisional, 1956-1978). No obstante, esta compilación sigue un esquema de catalogación no tradicional (sigue la fecha de publicación de las obras poética y no el de su creación), que entorpece la lectura secuencial, incluso en el caso de la cronología de creación de cada poema en el último apartado, donde reúne poemas inéditos en los registros del autor y dispersos en manos de sus amigos: “Poesía inédita”. Este apartado tiene el nombre correcto, pero no deben encontrarse ahí muchos de los poemas incluidos, que fueron publicados previamente, y bajo el título de “Poesía no compilada”, deben encontrarse otros que siguen dispersos en distintos medios impresos. Sólo algunos de ellos, además, pertenecen a un poemario imaginario en la mente de su autor, pero no inexistente en sus archivos personales: A la sombrita de las viñadoras en flor y otros poemas para mujeres. Incluso me atrevo a decir que la prolongada y complicada ausencia de este poemario imaginario está ligada a la gestación de otro poemario ilusorio, al cual pertenece este: Ala vuelta poesía, que imaginó tiempo después y tampoco llegó a compilarse y mucho menos a publicarse.

¿Qué pasó con éste o aquel poemario? Siendo breves y sencillos (dado que he abordado este aspecto en mi ensayo “A la plébede abigaleana”), Ala vuelta poesía es un titulo que debió aparecer como el último testamento poético del autor en su relación poética. De esta manera, el afán compilatorio de Gerardo Bustamante es profuso (aunque con criterios difusos: publica todos los poemas antologados en vida de su autor y casi todos los poemas no antologados y no compilados por su autor). De estos últimos encontramos numerosos hallazgos (¡y qué hallazgos!), aunque sean algunos descartables por juicios estéticos, más que éticos. Si bien parece abarcarlo todo, no reúne todos sus poemas publicados en libros, revistas o periódicos, aunque sí aquellos más personales y desconocidos, ya fueran algunos de ellos designados por su autor como recados poéticos (la mayoría poemas lascivos y no antologables, aunque sí ubicables en su corpus poético).

El segundo aspecto que ayuda a ubicar el extrañamiento que genera el objetivo tan desmesurado de este libro, se encuentra en la alegría de conocerlo todo y en la decepción por la falta de un pudor estético (y no necesariamente ético, aunque abunden los poemas pornográficos, siendo algunos de ellos más graciosos que los alburemas de Nandino y no menos atrevidos que los pornosonetos de Novo). ¿Para qué mostrar lo que su autor se empeñó por ocultar y porqué no encontramos todos los poemas de distintos periodos de creación? Sólo encontraremos la respuesta del para qué, en el interés de mostrar más de su vida a través de su obra poética; y del porqué, en la importancia de su divulgación (a pesar de mostrar las costuras de algunos de los peores poemas de Bohórquez). La respuestas son elusivas, también, ya que son difíciles de responder satisfactoriamente. Debe decirse, no obstante, que se notan algunas ausencias: no incluye algunos poemas fundamentales.

Dos ausencias imperdonables, por la trascendencia que tuvieron en su biografía, son “Canto nocturno con presagio”, es un largo poema con el cual gana los Juegos Florales Nacionales de Aguascalientes en 1962, y “Cita en la noche de Guaymas con Neruda”, uno más largo aún, con el cual gana el premio Juegos Florales Nacionales de Guaymas, Sonora, en 1993; y ambos poemas tampoco son reunidos. A pesar del poco atractivo de ambos, siguiendo el criterio compilatorio, podrían revelar su despegue o su despedida con temas y autores específicos. La ausencia de estos poemas no compilados y no accesibles a los lectores de Abigael, hacen evidente una necesaria revisión y ubicación crítica.

Un poema en prosa desconocido, pero que me parece una ausencia notable es “Reflexiones para el entierro de una mariposa”, una serie de seis textos en prosa, muy cercanos a su interés en la música clásica y el tema de la muerte en sus segundas letras. Bohórquez, a los 23 años, en pleno furor creativo, dice lo siguiente: “Yo quiero que me entierren con música, música de Chopin que murió como yo debo de morir. Yo debo morir solo, quizá sorprenda a la muerte amordazándome y le pregunte cómo es Dios.” Parece como si tocara sobre un piano, en vez de una máquina de escribir, la partitura de su propia muerte.

Tampoco incluye otro poema valioso, compilable pero no antologable: “Casi sonetos en voz baja para decirse a gritos”, una serie de seis textos con una dedicatoria definida: “a FEDERICO GARCÍA LORCA, gladiador decapitado”. Bohórquez los escribió en el verano de 1961, entre la fecha de su nacimiento y la víspera de otro aniversario luctuoso, como una protesta más por el indignante asesinato del poeta gitano: “No puedo tolerarte con pólvora en la boca/ y el cuerpo desmembrado de salobres arrojos;/ alguna semilla inútil se te frustró en los ojos,/ algún torero errante te clausuró la boca”, dice, porque sus diez dedos, coléricos, erizados y ágiles sobre una máquina de escribir, percutían sus balas en ocasiones como esta, dejando sobre la página un haz de pólvora.

Otros poemas fundamentales, que tampoco fue compilados en la monumental reunión de poemas de Gerardo Bustamante, es “Cosas de este presentimiento” (que incluí en Poemas a Sofía, una antología del poema a la madre bohorquiano, que se quedó sin imprimir en el 2015 por falta de fondos en la Universidad de Sonora) y dos poemas más que incluí en Ala vuelta poesía), “Nocturno para Alfonsina” y “Proceso a Inés Martínez Castro por”. Estos poemas en verso libre, no son poemas que puedan descartarse, tanto por su calidad como por su testimonio del gran ingenio poético de Bohórquez en cada uno de sus periodos de creación. Su importancia radica en su utilidad biográfica, ya que permite una comprensión de cada periodo y al no estar reunidos con otros poemas, perdemos una visión de conjunto.

Un tercer aspecto, no menos central para comprender la reunión más completa de la poesía de Abigael Bohórquez, se encuentra en la falta de un análisis filológico completo (aunque sí ya se muestra un análisis pormenorizado de una última con una penúltima edición de sus poemas más celebrados) y no dar un análisis genético o contextual definitivo del surgimiento de sus poemas y poemarios más representativos. De lo primero se debe a la ausencia de un cotejo con la verdadera primera versión de los poemas “Carta abierta a Langston Hughes”, “Anécdota”, y “Navegación en Yoremito”, por mencionar algunos; de lo segundo en la ubicación de los poemarios según la fecha de publicación y no según un cronograma de elaboración, porque dispone Poesida (1991) después de Navegación en Yoremito (1992), además de no disponer un apartado para Ala vuelta poesía (1994).

El cuarto aspecto permite distinguir la existencia de numerosos errores de edición. En las rediciones antológicas de Bohórquez ninguna casa editorial se ha escapado del error dactilográfico o del cotejo de alguno de sus poemas y de sus obras de teatro. Bohórquez enmendó, con los pelos en punta y desde su segundo poemario, los poemas y los dramas que publicó con una hoja de erratas. Los editores deberían revisar y acompañar con una de estas “fe de erratas” a sus flamantes ediciones.

Al final de sus días, Abigael Bohórquez no sólo se repitió, sino que enmendó y reutilizó escritos de otras épocas para impulsar nuevos proyectos específicos, no incluidos ni abordados detenidamente con anterioridad; y este es el caso de uno de sus últimos proyectos, donde muestre un distanciamiento de sus temas más comunes y una reencuentro con los menos usuales, cuando reflexiona sobre los oficios de la mujer en una ciudad capital donde se viven tardíamente los estragos del feminismo contra el machismo imperante de esta ciudad provinciana.

Sus palabras indican que reuniría todos los poemas que no cupieron o no materializó en proyectos anteriores, bajo el título abarcador de Ala vuelta poesía, del cual sólo un tercio de sonetos indican su procedencia y otro tercio es presumible que pertenecieran a él. Aún así quedan textos que no se sabe si serían reunidos en ese poemario no compilado o inexistente. De no ser por su afán de ligarlos a un tiempo definido, como muestra o testimonio de una jornada de trabajo, a dar testimonio de lo inmediato, sería difícil rastrear su actividad poética. El mismo destino sufren las dedicatorias cuando se publicaron más de una vez un poema o un poemario, dado que carecen muchos de ellos a la segunda vuelta en prensa. Reubicar las intenciones iniciales permiten sujetar a las mariposas de su cintura para esta a veces cruel exposición de una vida, que el mismo poeta decidió para sí mismo, como externó en distintos medios, entre ellos el revelador documento testimonial, sermón en la montaña o manifiesto poético, “Corazón de naranja cada día”.

No es, como muchos otros poetas, que dieron una obra breve y murieron jóvenes, o que se quedaron donde florecieron, en el mismo sitio. Abigael requiere de un esfuerzo para seguirlo, para indagar con recursos propios lo que el desinterés de otros investigadores o de los encargados en distintas instituciones no ha hecho ni permitido hacer.  Una compilación de su obra poética total sería un exceso, pero no se puede descartar buscar de nuevo en todos esos poemas que aparecieron en periódicos y revistas, o que quedaron en manos de distintos conocidos; incluso aquellos que no cupieron previamente en ninguno de sus proyectos y que rescató a la postre; como algunos de 1961, u otros de 1993.

Al conocer la obra de Bohórquez a través de un periodo de creación, más que de una fecha, aunque se desconfíe de ella (si fue imprecisa la fecha de creación, más no la de publicación), sigo este último indicio para establecer una cronología de los temas que, como una espiral, fueron llevando su pluma y sus manos a los distintas obsesiones literarias.

Abigael Bojórquez, el “joven señero/ de una pasión desapacible” que despertó el orgullo sonorense a nivel nacional en 1956 cuando se presenta el Ateneo Español, no es distinto a ese hombre maduro que a sus cincuenta años, que recibe un homenaje por sus “Treinta años de escritor editado”, en el teatro de la Unidad del IMSS de Chalco de Díaz, y el 24 de julio de 1985 en el Museo de la Ciudad de México; ni del “niño viejísimo”, que sorprende a los asistentes de su recital poético del 17 de abril de 1990, en el Auditorio Emiliana de Zubeldía, y en el homenaje, en el Gimnasio Universitario el 17 de octubre de 1995.

Sólo es más hondo su dolor, más clara su diferencia con el tiempo, más hábil en exponer sus temas, generar encendidas polémicas, y de despertar sentimientos encontrados: si cautiva o martiriza a sus oyentes, sumándolos a una plébede abigaleana (aún en aumento), o a quienes habrán de lapidarlo en nombre de “las buenas conciencias” del ambiente cultural del estado de Sonora o de otras geografías, como lo hicieron en el centro y sur del país.

Por todo esto y algunos motivos más ajenos a este escrito, creo que falta no sólo una reedición de la reunión de la poesía completa, sino también la reedición de una antología completa de Abigael Bohórquez (además de aquellos poemarios, o nuevas antologías sobre los distintos temas en los que abundó su obra). Abigael Bohórquez merece una compilación crítica, pero también apoyar el surgimiento de aquellas investigaciones críticas además de las acríticas (llenas de anécdotas, tan fecundos y útiles en ese sentido); ya que deben revalorarse y mejorarse por igual aquellas revelaciones de datos como la develaciones de los mismos, a través de nuevas publicaciones que supere sus hallazgos y subsanen los errores precedentes. Ambas dificultades son posibles de enmendar; ya existen más de tres críticos especializados que tejen con los restos de sus poemas, como los gusanos de la seda, los sudarios más imprescindibles. Todos sus lectores, tanto los más casuales como los más asiduos, ya están conscientes de estos retos, porque saben que una visión de conjunto (o de un retrato de cuerpo completo), sólo se logrará si seguimos girando varias páginas que aún muchos desconocen y aquellas otras que muchos han olvidado, y que tarde o temprano verán la luz del día.

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