Entre perrhijos y gathijos te veas

El fenómeno de los perrhijos y gathijos (más las especies que se sumen) no se distancia, así, de la domesticación animal. Sigue siendo una manifestación de la intención de dominio y superioridad de la especie humana y de la implementación de su voluntad.

Foto: Imran Beganovic

José Alfonso Jiménez Moreno / alpsic@gmail.com

La relación del ser humano con los animales, en particular con aquellos que solemos llamar domésticos, siempre ha sido cercana. En ese intento de domesticación, animales y humanos nos hemos ofrecido compañía mutua. En el desarrollo de esta relación cada vez es más frecuente observar que algunas personas han mutado su trato hacia los animales, a los que han dejado de denominar “mascotas” para considerarlos como un ser humano más dentro de la familia.

A manera de chascarrillo, a los animales a los que se les ha antropomorfizado se les suele llamar “perrhijos” y “gathijos”. Esta antropomorfización se refiere al hecho de que una mascota o animal de compañía sea tratado como un hijo por su dueño. A los perrhijos y a los gathijos se les viste como humanos, invirtiendo gran cantidad de dinero en amplios guardarropas y accesorios; se les celebra su cumpleaños; se les lleva en carriola;  se les disfraza para Halloween y Navidad; se les proporciona alimentos gourmet; se les lleva al salón de belleza; y tienen sesiones fotográficas…  porque se les considera un hijo más.

No es que vestir a los animales, hacer el súper con ellos o llevarlos al trabajo sea un problema en sí mismo —al menos no lo es para el ser humano—, sino que la pregunta central radica en por qué a algunas personas les interesa antropomorfizar a los animales, al punto de considerarlos como sus propios hijos.

Esta antropomorfización de los animales quizá tiene que ver con el mismo proceso que se da cuando se tiene un hijo: se busca cuidar de alguien, procurar al otro y dar amor. Lo que cambia es el objeto (si es que acaso es válido usar este término). En el proceso de dar amor, atenciones y cuidados es que algunas personas optan por otorgarle características humanas a un ente de una especie distinta; perrhijos y gathijos son, así, una manifestación de la intención de una persona de dar amor y procurar a otro ente de manera paternal.

Pero si existe la intención de dar amor de la manera en que se hace con un hijo, ¿por qué no buscar hacerlo con un ente de la misma especie? Los animales domesticados han pasado de ser mascotas, a ser hijos. La intención de dominancia entre especies —característica de la domesticación— ha evolucionado a una relación con fines de amor paternal (al menos bajo la perspectiva del humano). Sin embargo, no son los animales los que han buscado ese trato antropomorfizado.

El fenómeno de los perrhijos y gathijos (más las especies que se sumen) no se distancia, así, de la domesticación animal. Sigue siendo una manifestación de la intención de dominio y superioridad de la especie humana y de la implementación de su voluntad hacia un animal que no pide ni necesita ser antopomorfizado. Al tratar al animal como un humano o un hijo, la persona busca implementar su necesidad de cuidado paternal de manera forzada, no requiere la aprobación del otro ente, le basta con que el animal responda positivamente a su forma de relacionarse con él. La aceptación del animal refuerza, de este modo, la ilusión paternal de la persona.

La idea de los gathijos y los perrhijos deviene de una necesidad de dominación; esta necesidad de dominación e implantación de nuestra voluntad sobre otras especies sigue siendo sólo humana. La antropomorfización de los animales pareciera, así, más egoísta que la domesticación por sí misma, ya que no sólo domina, sino impone la voluntad de tratar como un supuesto hijo a un ente que no es de la misma especie y que no pidió ser tratado como ser humano. Al llamarle perrhijo o gathijo, no sólo se domestica al animal, sino que se le trata como algo que no es: se le antropomorfiza importándonos poco su naturaleza. Todo en aras de cumplir una ilusión.

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