En el nombre sea de Dios… la imagen y las mil palabras, a propósito de la fotografía de Alejandra Platt

De la serie En el nombre de Dios, de Alejandra Platt

El ojo que tú ves, no es ojo porque lo veas,

es ojo porque te ve…

Antonio Machado

 Alejandro Aguilar Zéleny

Es para mí inevitable recordar estos amados versos al enfrentarme al mundo de la fotografía donde hoy en día la más moderna tecnología sigue luchando por emular la grandiosa maravilla del ojo humano; son estos versos el Ars Fotográfica del diálogo entre quien enfoca y quien por diversos azares y circunstancias del destino cae en la sutil telaraña de luz y sombra, con que se compone la imagen, es decir, en frente del lente. En la fotografía y más aún, en el retrato, el reto no es sólo mirar, sino también saber mirar de frente, emprender una relación que irá mucho más lejos que la eternidad que se captura en un click.

¡Oh bendita imagen, iluminada devoción que surge de un destello y luego emerge de un mundo de penumbras! No puedo más que recordar con intensa nostalgia que fuímos de los últimos alquimistas avezados para deambular entre la sombra y la luz. ¡Cómo no añorar el aroma a Dektol ® fresco por las mañanas! ¡Cómo no aspirar con respetuosa devoción el olor del HC-110 ®! ¡La emocionante e incierta ansiedad que nos invade, mientras gira el película en el tanque de revelado; la espera de la imagen que se va develando en la marea de la charola donde un brevísimo mar se mece suave o enérgicamente, según lo que la imagen y el estilo personal requiera, porque de esto se trata en ese momento, de lo que la imagen requiera y uno es quien ve.

Para ello, antes hubo que salir al mundo, y a veces el mundo es uno mismo, los más breves rincones del eterno, las eternas distancias, los mundos que por desconocidos nos parecen exóticos y entonces no hay que olvidar lo que también nos enseñó Ferdinand de Saussure, desde su clásico Curso de Lingüística General: El punto de vista crea el objeto.

 

 

Como alquimistas, primero era el viaje místico espiritual, esa cacería de luces y sombras, donde cada quien se refleja también a sí mismo, a su misma esencia; pues nos retratamos en lo que retratamos. Era una peregrinación y colecta de historias que atesorábamos en pequeños tambitos o envases metálicos, donde la película a color, blanco y negro o transparencias era la decisión, la suerte, la providencia, o el equilibrio de llevar provisiones suficientes para cada historia.

Luego de ahí, ya nos desapartábamos, pues mientras unos mandaban a revelar rollos convertidos así en depositarios de cada crónica; algunos cuantos íbamos al cuarto obscuro, al itinerario químico y preciso entre revelar fijar y lavar rollos y ponerlos a secar; pasar al momento de decidir con qué nos quedamos de todo eso. Medir el tiempo, medir la luz, pensar de manera inversa y vuelta al revés, todo un ritual donde nos enfrentamos –cada quien su tiempo- con cada imagen. Piensa en los blancos, me decía mi gran amiga Judith Morgan Alexander, Fata Morgana de la fotografía de alto nivel.

Hoy en día la maravilla ha desaparecido o ha sido transformada en una sorpresa tecnológica incesante, pero todo ha cambiado, el sentido del tiempo, la accesibilidad de recursos, la construcción de encuadres siguiendo la guía digital del aparato en cuestión y sus múltiples opciones. Somos una sociedad visual, pero también hay un alfabetismo visual disfuncional, no vemos lo que vemos, queremos ver mirando pronto y rápido, de un tema a otro.

En un mundo donde la mayoría de la gente sufre de hambre y soledad, se ha vuelto moda tomar fotos a nuestros platos y manjares y compartir por todas latitudes que siempre sonreímos, que nunca estamos solos, y si así fuera, aún sonreímos. También hoy en día las fotos nos permiten expresar celos, despecho, frustración y hacerle saber a alguien que queremos que todos sepan quién es esa persona en realidad… He visto grandes parejas de  mi generación desvanecerse por un desliz fotográfico en las redes sociales… ¡Uff!

Todo esto lo digo como antecedente fotográfico a la historia que aquí nos ocupa y en Nombre sea de Dios; es cosa de decirse que a mi amiga, la fotógrafa Alejandra Platt, la conocí, paradójicamente, en calidad de papel fotográfico, Ilford, supongo, hace ya algo más que 24 años.

 

Era una bella y excelente fotografía que estaba en casa de mi querida amiga Gabriela Vázquez, excelente fotógrafa también y quien con todo nuestro sentimiento, descansa en paz en el cielo de las fotógrafas. Se trataba de  una imagen donde aparecían tres notables artistas hermosillenses de la luz: Ana Hirata, Alejandra Platt y mi amiga Gabriela; la fotografía era don Alberto Herrera y captaba, como era de esperarse, con mucha precisión la personalidad de estas tres mujeres. La expresión entre observadora y desafiante de Alejandra llamó mi atención.

Años atrás, como estudiante de comunicación aprendí y me enamoré del trabajo fotográfico y del trabajo de laboratorio en especial; también como integrante del grupo cultural independiente Acequia y el trabajo en la Editorial Inéditos, me adentré en el ejercicio de la fotografía desde el arte, conociendo el trabajo de Luis Rey Moreno, José Juan Cantúa y en especial las fotografías de Mario Licon. Después de ello trabajé en una agencia de publicidad y también hice trabajo de laboratorio. Cuando nos integramos la gran aventura de Culturas  Populares en Sonora en la gloriosa calle Garmendia, tuvimos nuestro laboratorio fotográfico, juntando el equipo que tenían Ricardo María Garibay y Maya Lorena Enríquez, con el que yo había integrado.

En este laboratorio se llevaron a cabo diversos trabajos de distintos fotógrafos, como los ya mencionados Garibay y Maya Lorena, los de un servidor, mi fallecido hermano, Gerardo Aguilar, el compañero Macxmiliano Muñoz, Elsa Sanchez, Marybel Gutiérrez Mendívil, el fallecido Sergio Enríquez Licón, el amigo y colega de la luz Joel Verdugo con quien compartí algunas exposiciones.

Fue en ese contexto que conocí a Alejandra Platt, fotógrafa y al fin tocaya también, entrabamos amistad, ella comenzaba a interesarse más formalmente en el mundo de los pueblos indígenas, intención que he escuchado de labios de mucha gente en más de treinta años que llevo en este sendero y donde no todos realmente siguen o se dan tiempo de seguir ese sueño que nos enfrenta también a muchas pesadillas, pero no nos adelantemos.

La cuestión es que del interés por una búsqueda expresiva, por una búsqueda que la llevara más allá de la seguridad del entorno familiar y de los cánones preestablecidos, decidió empacar sus equipos, buscar apoyos y organizar las cosas para emprender un viaje por el mundo de los pueblos indígenas de Sonora, sendero que yo comencé a seguir desde 1982, gracias a mi hermano Gerardo y que desde 1984 ha representado para mí un viaje mágico y maravilloso, que me permite señalar de nueva cuenta que los viajes ilustran, pero también deslustran.

Algo que para mí es importante y que tiene que ver fundamentalmente con una ética personal es tratar de ser serios, conscientes y responsables de la construcción de la imagen, sobre todo al pensar en reflejar la realidad de otro distinto en cierta forma a nosotros mismos. Hay una fotografía romántica, que tiende a idealizar los mundos indígenas llegando al grado de distorsionarlos; hay en el otro extremo, también una fotografía alevosa que se ensaña en el dolor, la miseria o las carencias, en el medio hay toda una serie de autores, visiones, corrientes, escuelas que reivindican el sentido de la imagen, la construcción del sentido, la descolonización de la imagen. Hay que respetar los espacios rituales; hay que respetar el tiempo y modo de la gente de hacer las cosas; hay que evitar flashes enceguecedores y no andar pidiendo a la gente que mira a la cámara cuando así se nos antoje. El fotógrafo, como le dije alguna vez a un colega, es quien debe ver, no ser visto…

Hoy en día el mundo indígena es también sujeto de intereses visuales, mediáticos, documentales artísticos, políticos se han apropiado y reconstruido visualmente estos mundos, bajo la lógica del capital, y no de la expresión de la gente; lo mismo los grandes medios, como las diferentes instancias de turismo construyen y venden una imagen que tiende a distorsionar aquello que ofrece, para volverlo más comercial. Ahí es cuando los productores preguntan si no se puede adelantar un poquito la ceremonia, porque se va a ir la luz…

Mi viaje personal por la fotografía comienza desde principios de los años ochenta y es a partir del 84 que comienzo a trabajar con los pueblos indígenas y con la fotografía como herramienta de trabajo; desde entonces he tenido la oportunidad de conocer y trabajar con distintos fotógrafos, de estudiar a fondo la construcción de la imagen y el rigor etnográfico, realizando diversas expediciones antropológicas, fotográficas y poéticas. Esto me ha representado un reto permanente en todos sentidos; particularmente debido a mi estudio e interés particular por los rituales y procesos simbólicos de los pueblos del noroeste y de cualquier sitio donde pueda llegar, por lo demás. En algún momento la foto me fue insuficiente para dar cuenta de aquello que aparece ante uno, eso incorpora la imagen en movimiento y el sonido también… en las postrimerías de la era analógica y los albores de la era digital.

 

En ese contexto tuve la oportunidad de guiar y acompañar a Alejandra a diversos trabajos, fiestas y ceremonias tradicionales; estuvimos así entre los macurawe, los yoeme y los yoreme; en conjunto con mi padre, Alejandros los tres, anduvimos recorriendo una también el territorio o’ob, hasta que en lo alto del cerro nos sorprendió el Rito, una noche de alegre recuerdo. Es así que he tenido la oportunidad de compartir con Alejandra mis preocupaciones por la vida y cultura de estas sociedades en poco más de una ocasión, situación que les toca sobrevivir a quienes viajan conmigo cerca.

Me interesa que la gente sepa a dónde va, con quien va qué es lo que pasa ahí, cuales son los principales problemas que esas personas tienen en esos momentos. Creo es que lo menos que se puede y se debe hacer, en especial antes de pretender tomar la cámara y disparar a diestra y siniestra en cuanto llega uno. Así hablamos del yúmare y la cava – pizca, de la tugurada; de la danza de los venados y de los pascolas, de la fiesta de San Francisco y las fiestas de la pubertad y de la canasta.

El retrato era entonces la preocupación e interés de ella y lo sigue siendo, pero sé también que ahora no sólo ha podido entender un poco mejor estos mundos, sino que además ese interés la ha llevado a buscar contacto con todos los pueblos indígenas de México, tarea grande de por sí, sobre todo cuando la condición de mujer puede complicar las cosas, por la situación del país. Y es importante señalar esto, porque en realidad detrás de cada retrato está una familia, está un pueblo y luego varios más y todos ellos nos cobijan con amor seguridad, y alegría, con certeza en el ir y venir y un poquito o mucho de lo que se tenga para comer y compartir.

En aquellos tiempos conocimos también a Patricia Mendoza, entonces directora del recién creado Centro de la Imagen de Conaculta, y junto con quien comenzamos en Sonora la aventura interminable llamada foto-septiembre, de la cual somos co-fundadores junto con Joel Montoya y una gran cantidad creciente de fotógrafos.

En alguna gloriosa ocasión en que hicimos juntos la peregrinación con el señor de los Arenales, a Chuwy Güsk, junto con la fotógrafa Elsa Sánchez, realizaba yo profundas investigaciones participativas afortunadamente antes de partir de vuelta a casa las compañeras lograron convencerme de subir a la troca y así seguimos andando.

 

Años después nos encontramos en la ciudad de México, donde Alejandra expuso su obra en el Museo José Luis Cuevas, en esa ocasión recuerdo aún con emoción uno de los mejores homenajes que he recibido de mis escritos, y fue por parte del doctor Samuel Ocaña, también presente en esa ocasión.

Así supe de los trajines, afanes y desvelos de Alejandra al tratar de ayudar a la comercialización de las coritas y otras artesanías en tareas que parece sencillas y se van complicando.

En este incesante viaje por la vida, tuvimos Alejandra y yo otra interesante oportunidad de trabajar en conjunto y es que ella se incorporó en nuestro proyecto de recuperación del conocimientos sobre los sitios y las pinturas rupestres de lo pueblo o’ob pima, donde en distintas temporadas y por varios días caminamos en grupo o en fila india, subiendo y bajando cerros, resbalando por las laderas, encontrando maravillas de la naturaleza y testimonios de la gente que nos permitieron valorar y entender mejor la historia de esta gente y esta hermosa región entre Sonora y Chihuahua, así tuvimos como resultado un libro y una exposición, donde algo grande para todos nosotros quienes participamos en ello, acordamos borrar los nombres de nuestros pies de fotos y unificar la memoria en un solo conjunto.

Pero así supe también de los esfuerzos por entender la terrible tragedia que representa el sueño de cruzar la frontera y el hallazgo con las evidencias de vidas en tránsito, de dramas ambulantes que se reflejan en zapatos abandonados, velices abiertos al viento, harapos que fueron equipaje para una nueva vida.

¿Qué le devuelve un fotógrafo o fotógrafa a la comunidad? No lo sé, tal vez un lugarcito en la eternidad, aunque sea de manera anónima Hoy en día resulta más fácil pensar en maneras de devolver a la gente lo que nos ha permitido ver. Lo que cuenta primero, pienso yo, es la buena relación con la gente, y el uso responsable de la imagen, yo no vivo de la fotografía pero vivo con la fotografía y es tan esencial para mí como el acto poético. La riqueza o pobreza de un pueblo no la determina una buena o mala fotografía.

 

Ver hoy en día es también una responsabilidad social, no voltear la mirada y sobre todo, compartir aquello que se ve, porque es necesario que sea visto y entendido. Hay que vivir, hay que trabajar y eso también es como la fotografía. Cuestión de equilibrio.

 

Haxa tippe

Alejandro Aguilar Zeleny

18 de junio de 2018

Año del 1 – 0.

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