Ricardo Solís
Resultaría muy complicado imaginar el mundo de hoy sin el uso de mapas pues, como instrumento susceptible de leerse e interpretarse, la fascinación que han despertado a lo largo de los siglos se debe tal vez a que en ellos se refleja nuestro conocimiento del mundo y significan un registro de nuestra evolución respecto de las variadas formas como lo representamos.
Por estos motivos, creo, un libro como En el mapa: de cómo el mundo adquirió su aspecto (Taurus, 2012), del periodista británico Simon Garfield, será no solo de gran ayuda sino sumamente atractivo para cualquier lector, sobre todo porque no se trata de un libro “especializado” y acude con acierto a las más diversas fuentes para ofrecer una panorámica (y en ocasiones divertida o sorprendente) historia de la cartografía.
Lo que hace Garfield es viajar al pasado remoto y proyectar sus datos a un futuro que quizá ya ocurre ante nuestros ojos; así, desde los dibujos de antiguos filósofos y exploradores hasta las maravillas tecnológicas que son Google Maps o el GPS, el autor da cuenta del modo en que los mapas muestran “lo mejor y lo peor” de la experiencia humana: la curiosidad y los descubrimientos, al igual que los conflictos, destrucciones y tragedias que los rodean.
El libro, ante todo, destaca por la abundancia de anécdotas, el ingenio en la distribución de los datos y numerosas historias (sin traicionar la cronología debida); por eso, su lectura es ágil y productiva, nos permite enterarnos de viajes o preceptos filosóficos que marcan las formas de representación gráfica a lo largo de los siglos, la evolución de los mapamundis y los globos terráqueos, las referencias literarias y los cálculos de proporciones, las motivaciones de extrañas toponimias y el origen de las guías de viaje, los fraudes cartográficos más interesantes y el mercado negro de las reliquias (auténticas o falsificadas).
Y eso no es todo; si ya se ha comentado que la lectura es ágil, esto se debe a que la experiencia del autor como periodista (supongo) le conmina a la brevedad y a elegir una estructura que distribuye la información (que es mucha y diversa) a lo largo de capítulos breves que se alternan, unos abordan detalles técnicos o evidencia histórica, mientras otros se abocan a historias y curiosidades. La impresión final es la de un mosaico que conjuga ligereza y atractivo, algo que pocos libros de su tipo (que combina efectivamente el ensayo con la divulgación científica) consiguen.
Para concluir, no todo es pasado en este texto sorprendente, cuando se habla del presente o el futuro las referencias son actuales (se publicó apenas hace 5 años) y su perspectiva en torno a nuestra “dependencia” actual de los numerosos soportes tecnológicos a que tenemos acceso hoy día no únicamente es esclarecedora, resulta asimismo una advertencia adecuada y oportuna.
Y, por supuesto, Garfield no deja de adentrarse en el mundo de los mapas estelares, aunque se trate de un área de investigación en pleno desarrollo. Valdría mucho la pena acercar libros de este tipo a los jóvenes, no solo por la calidad de la información que se maneja sino porque también se acompaña de muchas ilustraciones (que, sin embargo, al imprimirse en blanco y negro restan un poco de calidad al conjunto de la obra; quizá eso habría incrementado el costo del volumen, no sé, pero sería un bello añadido para un texto de por sí valioso).