Emily

Aflora la carcajada que es demencia, que es lucidez, que es posesión. En un cuarto a media luz, cuando el silencio permite la reconstrucción de los hechos, del lecho, a través de la poesía

L. Carlos Sánchez

Tiene algo que desconcierta. La lectura individual que me llama a cuentas. Interpretación. De pronto me veo en el cadalso. Porque la historia y su vuelta de tuerca.

Dice Olga Gutiérrez Galindo, en el libro al que me refiero, Emily (ed. Cetys 2019):

¿para quién los sinónimos de la derrota?

todo en la piel transgrede

agito las cenizas de la madre

móvil o inmóvil

es lo mismo

comulgo con el olor a vagina

en la boca y el cáncer de

próstata del sacerdote

La inmovilidad. Rígida la mandíbula y un ronroneo que punza en las sienes. Porque la historia idéntica. Bendita sugerencia, atinado poema que no me deja dormir.

Encontrarse en los avatares, alegrías o desdichas. Este repaso por la vida contiene eso. Y la gratitud para con la palabra, en este caso de Olga. Y en la propuesta de dos lenguas, el castellano y el inglés, de pronto un acorde de blues como para bailar sobre las calles del barrio.

Porque los recuerdos se agolpan en un callejón oscuro, nos toman de la mano y la autobiografía se resume en un par de versos: zombis nacemos / zombis morimos.

Dice Amaranta Caballero, en la sinopsis de cuarta de forros, se pregunta: ¿Cómo Olga le canta a Emily Dickinson? ¿O cómo Emily observa desde lejos, y sin temor alguno, ríe para luego dictar? Concluyo, o continúo el cuento, y observo a Olga la poeta, en el mismo impacto de la palabra, similitud de desasosiegos, acudiendo al rito inevitable del poseso cuando la literatura aprisiona sin la posibilidad de librarse de esa camisa de fuerza que significa.

Y Amaranta sugiere la escena del acato contumaz, Olga entonces se convierte en la extensión de esas lecturas para luego con su propuesta poética tomarnos también a los lectores de la entraña para no soltarnos quién sabe hasta cuándo.

Aflora la carcajada que es demencia, que es lucidez, que es posesión. En un cuarto a media luz, cuando el silencio permite la reconstrucción de los hechos, del lecho, a través de la poesía.

¿Cómo es el contexto de Olga Gutiérrez Galindo mientras escribe? ¿De qué manera decanta sus lecturas? ¿Qué rostro, qué mirada, tiene esa voz que le dicta implacable? Asirse de los harapos que son recuerdos. La palabra que punza y decir las cosas por su nombre. Desde la razón y esas facturas pendientes que todo hombre hemos construido.

Pero nos quedamos chiquitos, porque la poesía propuesta va a más. No hacerte el interesante, pequeñito, nos dice también Olga en el desarrollo de sus versos. Porque no podemos, aunque por inercia creamos, que somos la importancia del universo. Si una flor no requiere de más compañía que otra flor para sortear la embestida del sol y la tierra agreste.

La metáfora concisa, contundente. Finita la palabra y su estilo, la economía perfecta, la lucidez, el decoro, ídem.

Leer antes de que salga el sol, para continuar la aventura, propuesta por Olga, allá en la memoria en ese campo donde una vez nos vestimos de campesino, bajo la tortura ilusoria de un proyecto adonde arribaríamos todos para ser felices.

Y un mensaje en el pico de una paloma:

querida

la pizca de algodón

Se vuelve plástico

el pre-canto

turba hormonas

momifica dientes

 

¿qué más existe en el paraíso?

 

¿testículos de niña brava?

¿los reflejos del atardecer en las aguas del Nilo?

¿un poco de ajonjolí en la placenta?

 

tú que lo has visto todo

¿la exactitud del Pi?

¿Poesía?

 

El encuentro con Dios

 

si sólo

If only

 

 

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