El ser humano y la crueldad

José Alfonso Jiménez Moreno / alpsic@gmail.com

¿Es la crueldad algo propio del ser humano? ¿Es un elemento que nos define como personas? Empecemos por el principio. Para que exista crueldad, quien la ejerce debe ser consciente de que existe el Otro, alguien que es distinto a cada uno de nosotros. Todos en algún momento hemos sido crueles con alguien; pero ¿qué gana el cruel siendo cruel?

La crueldad, al igual que su primo el poder, resulta una forma de separación o diferenciación de nosotros mismos respecto del Otro. Tanto en la crueldad como en el poder existen acciones que lastiman al Otro y que nos permite marcarnos como diferentes. Es justo en ese camino de definición que el cruel limita la posibilidad de que el Otro tenga dignidad. Al ejercer su crueldad, el cruel valora al Otro como un objeto. Sobajando al Otro, el cruel se reconoce a sí mismo como humano, se identifica como alguien distinto al Otro, busca su reafirmación.

De esta manera, quien ejerce la crueldad se enfoca en valorar al Otro como un medio para su propia reafirmación o satisfacción, y no como un fin, como un ser humano. La renuncia a reconocer la humanidad del Otro por parte del cruel se intensifica en el momento en que no ve al Otro como un ente que también busca su propia reafirmación.

 La crueldad implica, entonces, una forma de ser en las circunstancias de vida que llevará a la denigración del Otro. El cruel es egoísta y está dispuesto a ser él por medio de la deshumanización de otra persona. ¿Por qué la crueldad deshumaniza a la víctima de la crueldad? El que es víctima de la crueldad ya no es considerada como una persona que busca su propia humanización, se convierte en objeto de depósito de la tensión del cruel, dejan de ser pares y la brecha entre ellos se hace mayor. El cruel libera su tensión, pero la víctima de la crueldad se ve sobajada a objeto. No obstante, tanto en el cruel como en la víctima hay una pérdida de humanización que nos deja, como al principio, con las manos vacías: quien ejerce un acto cruel renuncia a su humanidad, y sobre quien recae ese acto cruel su humanidad le es arrebatada. Nos quedamos, así, en la nada.

El extremo de la crueldad nos lleva a la muerte. La muerte representa la nulidad de posibilidad de ser humano; cuando eso sucede no solo desaparece el Otro, ya no es ni siquiera un objeto que el cruel usa para sus fines egoístas. En la muerte de la víctima el cruel se aleja más de la posibilidad de humanizarse, ha dejado de ser humano al negar por completo la posibilidad de conformarse mediante el Otro. Es decir, causar la muerte al humano no sólo es negar la posibilidad de humanización de la víctima, sino la propia.

Pero ¿qué pasa cuando el ser humano es cruel con los animales? Tomemos como ejemplo la tauromaquia. El torero busca ser reconocido como tal a partir de que inflige sufrimiento al toro. Cuando el animal es asesinado, el cruel se reafirma frente al animal vencido, pensando que es más humano que antes de darle muerte; con ello su corazón está en paz, victorioso frente a un animal al que consideró como un objeto más.

La crueldad del humano sobre el humano es trágica y paradójica, mientras que la crueldad del humano sobre un animal es, además, absurda. Resulta absurda, ya que es contraria a la idea de que la acción humana busca su humanización a través de su relación con el Otro. El torero no busca ser más humano mediante su acto cruel, ya que no puede dialogar con un toro, pero, sin duda, convierte al animal en un objeto.

Si la búsqueda de humanizarse maltratando animales es absurda, lo es más la persona que alaba al torero. Alguien que enaltece a quien busca humanizarse mediante el sobajamiento de un animal a objeto para su propio placer, resulta fuera de toda lógica. Y lo más curioso de esto es que para que el absurdo se complete, se requiere de un ente con la capacidad de razonar. Es decir, se requiere de un ser humano.

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