El más culpable de tus males
Dios, permítele al soldado norteamericano que desvistió a mamá brillar en su trinchera. Anúnciate como un petardo en medio de sus ojos. Incrústate como el beso que la madre pondría en la boca de su hambre, lineal y fulminante cual bala disparada. Pero antes acércate a sus ojos y repara tus gastos. Verás en él la luz. En cada estación que has creado se han de caer tus lágrimas de los árboles porque asentirás estas palabras. Las botas del soldado perforaron tu nombre en nombre mío. El aire se empuñará con su ruido de metales para darte, en el mentón, un limpio golpe. Merezco, señor y dador de muerte, un lienzo firmado por tus ángeles desollados porque en tu nombre está escrita la vida de todos los infiernos. Yo soy el infierno. Por eso debes permitirle a ese soldado norteamericano que abra su mandíbula y se trague a sí mismo, mastique sus huesos, se digiera. Porque van a estudiar ese flechazo de semen que navegó en el vientre de mi madre. Porque yo soy esa flecha de bondad en tu gastado silencio. Yo soy esa noción de lumbre en la quemada soledad de tu misterio. Soy el más diablo de los dioses y te arranco de la cruz, el nombre.
Ciervos (Atrasalante, 2015).