Emilia Buitimea Yocupicio
Había fiesta de san Juan en el pueblo de la Loma del Etchoropo, los yoremes se alegraban muchísimo por asistir a la fiesta. Cayendo el sol llegaban las familias contentas de los pueblos cercanos a la iglesia para ver la quema del castillo y la danza del venado.
Doña Rosa y don Miguel con su hijo Miguelito fueron a la fiesta, eran originarios de la otra banda. Primero se persignaron en la iglesia y de allí se fueron a ver los juegos, Don Miguel se apartó de ellos prometiendo volver a media noche para regresar a su hogar. Mirando la danza del pascola y del venado se fue luego el tiempo, ya era la hora de la quema del castillo y la gente emocionada se arremolinó en frente de la iglesia para ver los cohetes. Allí se quedó Rosa y su hijo pues ya era media noche y esperaba a su esposo para regresar a su pueblo. Pasaban los minutos y no llegaba, entonces decidió mandar a su hijo adelante con unos parientes que venían en carreta porque el niño ya tenía sueño, ella siguió esperando a su marido. Viéndose sola preguntó entre los conocidos qué si habían visto a su marido, pero no le dieron señas de él.
Rosa estaba preocupada por su hijo y se fue caminando a su casa. Cruzó el pueblo y se adentró a ese camino oscuro y solitario. De las ramas de un mezquite trozó una vara por si le salía un borracho o un animal para defenderse, se amarró bien sus cholitas y se tapó la cara con su rebozo, y allí va casi corriendo por ese lugar enmontado, iba tan enojada con su marido por haberla dejado sola. Casi al cruzar el río escuchó el ruido de unos pasos apresurados, la mujer se hizo para la orilla y siguió caminando de manera normal hasta que la encontró un viejito borracho quien muy asustado le dijo que se regresara.
—¡Epa regrésate!, allí adelantito esta un bulto negro atravesado en el camino y no deja pasar.
La gente platicaba que en ese lugar se aparecía un fantasma que no dejaba pasar a la gente y los atrevidos que cruzaban en el camino el bulto negro abusivo se les subía a los hombros haciéndose cada vez más pesado por cada paso que daban. Les debilitaba el alma, muchos se desmayaban allí mismo, otros llegaban a sus casas todos débiles y asustados sintiendo su cabeza enorme y sin poder hablar del susto, tenían que curarlos rápidamente con remedios naturales y una buena sobada, de esa manera se curaban del susto. Otros decían que era el guardián de un tesoro porque en las noches veían una llamarada en ese lugar.
Pero Rosa siguió caminando, ¿para adónde se iba a regresar? Si era el único camino que daba a su casa además que tenía la preocupación de su hijo que había mandado adelante; suspiró fuerte y caminó despacito cómo queriendo que el bulto no la escuchara, y sí, allí enfrente, a unos metros, estaba acostado un enorme perro negro atravesado sobre ese camino de tierra, la mujer pensaba rodearlo pero no había manera porque por las orillas había mucho chamizo espinoso, así que no le quedó de otra, con el corazón latiéndole fuertemente se armó de valor y le gritó:
“Eit, ¿qué quieres?, vengo de la iglesia y me echaron agua bendita, si te subes en mis hombros te vas a caer pa´ atrás, así que ni lo intentes”. Rosa se hizo la valiente queriendo engañar al fantasma, agarró fuertemente la vara de mezquite para pegarle por si intentaba hacerle daño. Cerró los ojos y caminó a pasos apresurados para enfrentarlo, pero rápido los abrió para no tropezarse y cuando estaba por acercársele, el animal se paró y volteó a verla con sus ojos rojos, rojos, luego caminó hacia la orilla y empezó a escarbar. La mujer caminaba sigilosamente para luego correr pero el bulto se le puso enfrente, ella se orilló hacia el lado por donde escarbó el perro y ese lugar ardió por unos segundos impidiendo que la mujer pasara, luego se asomó para ver qué había: allí estaba una ollita de barro, inmediatamente se hincó, agarró la ollita pesada, tapada con cuero, y la envolvió en su rebozo, le dio las gracias al perro que había desaparecido, comprendió que era el guardián del tesoro y la había escogido a ella para darle el regalo.
Llegó a su casa con los brazos cansados pues pesaba la ollita y la puso sobre la mesa, se dirigió a la cocina de carrizo por un vaso de agua y allí estaba su esposo, sentado y roncando; bien enojada agarró lo primero que encontró y le dio un guarachazo en la cabeza y él despertó todo atontado. Don Miguel se emborrachó en la fiesta y se olvidó de su familia, llegando a su casa antes que ella. Pero era más la emoción que el enojo de Rosa y le dijo a su marido que destapara la ollita de barro, el hombre obedeció de inmediato a su mujer, don Miguel primero vio y dijo: ¡Son semillas de calabaza, vieja loca! Rosa abrió de nuevo la ollita y le dijo: ¡Viejo borracho, son monedas de oro!
Así, esa mujer enfrentó al guardián del tesoro y por ser tan valiente, el fantasma le dio el tesoro a ella. Perdonó a su esposo por haberla dejado sola en esa fiesta y se fueron a vivir lejos del pueblo y nunca más se supo de ellos.
*Relato tomado de La mujercita curandera, ed. FONCA- SECRETARIA DE CULTURA-MAMBOROCK