Jacinto Carrasco
Esta hermosa imagen de un gato cariñoso es en realidad de un gato que muere por atropello, su intento por no estar solo, por aferrarse a esta vida de mierda, de gato, de citadino. Su sangre brota en sus entrañas, sus movimientos tiesos, tiernos, son peligrosos, estamos en la calle arriesgando nuestras vidas de gato, tendremos que dejarlo vivir su muerte en soledad, que su sangre fluya al cielo, que sea un tierno muerto gato atropellado de llanta, ensangrentado por la violenta ciudad.
Queremos sangre, venimos aquí a ver sangre, y lo que estamos viendo es a un idiota tratando de rayarse el cuerpo desnudo y sudoroso con una pluma roja sin tinta. queremos un plumón permanente, queremos jarabe con colorante, queremos que de castigo le recorra un líquido púrpura por sus ojos.
Quiero matar a todas las personas que atropellaron a un gato alguna vez, por accidente, porque pensaron que su vida valía más que la del gato, porque simplemente no lo vieron, por coraje, porque puedo ser yo, porque prefiero matar gente que dejar de manejar.
El río de sangre sigue corriendo y yo sigo sin tener que decir, la gente me ve, ya esperaron bastante y el río sigue sin sangre. Es el rojo más artificial que han visto. El público quiere que me desangre y no se los puedo dar, no porque vaya a doler, sino porque me da vergüenza de no haber preparado mi acto. Estoy más preocupado por ir al baño que lo que pase aquí, quiero llenar el espacio con ‘pensamientos filosóficos’ para no aceptar que no tengo nada que decir. Si me tiro en el piso y pienso, veo la sangre, navego en ella, es sangre rosa, sangre con pus, sangre que brota de un video de asesinato. ¿A eso venimos? ¿A que nos maten?
Me regreso al principio del acto: no soy yo solo, es todo un circo de compañeras y compañeros artistas, cirqueros, actores, bailarines, cada quien embona la presentación. Yo no sabía lo importante de la sangre, el público hipócrita no admira la belleza del ballet, está esperando que se manchen en el charco, pero ellas son demasiado buenas para caer. Los malabaristas distraen al público con la promesa de tragar fuego, pero igual falsa, no mueren. Avientan cosas al aire con la esperanza de que los desmayen por un golpe en la cabeza.
Las calles están sin gatos y la gente se aburre, la lluvia se seca y no se llevó nada, el público despertó hace tiempo, pero apenas es la una y media de la madrugada.