
L. Carlos Sánchez
Parecería ser que todo lo que toca lo transforma. Si alguien mira a los ojos de Osvaldo Sánchez, pudiera ser que sienta que esa mirada ha tocado su interior.
Expresivo implacable. Exhalación de paz. Contamina con su manera de andar. Dan ganas de abrazarlo.
Y muchas veces también la gratuidad se vuelve necesaria. Porque Osvaldo es la entrega constante. En todo lo que hace.
Actor, director, escenógrafo, iluminador. Actualmente coordinador de Artes Escénicas de Instituto Sonorense de Cultura. La gestión de herramientas, facilitación para los otros.
Desde mamborock y para ustedes, con ustedes, Osvaldo Sánchez:
Osvaldo, ¿cómo es tu encuentro con el teatro?
Podría decirse que de manera accidental. Amo los accidentes en escena. Y de la vida también, cuando sucede el accidente, está todo puesto para que suceda el milagro. Yo estaba estudiando diseño gráfico, quería estudiar arquitectura. Y pues desde niño me gustaba, sin tener idea alguna de teatro, solo de manera intuitiva. Hubo momentos que se quedaron tatuados en mí ser, como la primera vez que sentí ese fantástico fenómeno de la escena, de la comunión escénica, en una obra pequeña en la secundaria. Y estudiando diseño, a un semestre de terminar la carrera, se me atraviesa el teatro. En el escenario todo podía suceder.
¿De no ser actor, qué otro arte te gustaría ejercer?
Me gusta mucho la arquitectura, escribir, cantar, dibujar, diseñar. Pero en el teatro está todo eso. El teatro es un arte donde es necesario conocer de muchos temas. De hecho ese fue uno de los principales factores por los que este arte me sedujo. Contenía todos los elementos y todas las artes.
¿Qué elementos deben contener una obra para que te seduzca actuar en ella?
El elemento esencial del teatro desde mi punto de vista, es la verdad. La verdad escénica. Si lo que estás viendo y escuchando es real, al público no le queda de otra más que estar presente. No de manera expectativa, sino siendo partícipe de la manifestación de la existencia. El teatro no es una relación unidireccional, que va del actor al público. Es información que retroalimenta en ambos sentidos. Una verdad que vamos develando en comunión.
En ese sentido, una obra debe funcionar de esa manera, debe estar cargada de sentido, debe esconder información que poco a poco será velada, debe provocar en mí la necesidad de conocerme, como ser y como especie. Una buena pieza debe moverme primero, para que pueda mover al público. Nos debe sacudir y más que darnos respuestas, hacernos preguntas cada vez más agudas acerca de la vida, la existencia y sus misterios.
Cada uno de los montajes me ha mostrado algo distinto. A veces es el texto, a veces el equipo de trabajo, a veces el mismo director o la compañía que te invita a participar. Pero la manera de abordar cada montaje, y las soluciones escénicas que pongan a prueba tu poética para hacer que esto esté vivo, ese fenómeno es el que más me interesa.
Escenógrafo, iluminador, ¿cómo es que llegas a ejercer estas funciones?
Como lo comenté antes, estudié diseño y quería estudiar arquitectura, en la prepa estuve en físico matemático, siempre me gustó el diseño en el espacio. La primera escenografía que diseñé lo hice también de manera accidental, inconsciente. Se me pidió que hiciera un dibujo de cómo sería el espacio escénico, y como sabía dibujar, me encargaron esa tarea. Dibujé una planta octagonal con el público alrededor, teatro arena. Subí al público al escenario, y estaban ambos (público-actores) al mismo nivel. Ahí detonó todo un universo por el cual iba a seguir estudiando esto del espacio teatral, escénico. Ese dibujo aún lo guardo como un tesoro. Desde ahí, la mayor parte de las obras en las que he actuado, también he diseñado espacio e iluminación. Para mí, la escenografía no son los trastos que construimos, eso es solo la punta del iceberg, la escenografía radica en el imaginario del espectador, propiciado y potenciado por algunos elementos físicos en un espacio-tiempo determinado. Como dice Gastón Bachelard en su “Poética del espacio”: “Porque cualquier simple objeto, es el portador del vasto universo”.
Siempre haciendo teatro, cine, televisión, por la libre, ¿la libertad es un buen espacio para formarte?
La libertad es el más preciado bien de la humanidad, sea en el rubro que sea. Los límites, principalmente nos lo ponemos nosotros. Somos entes creativos, y como una planta, nuestra creatividad está siempre en crecimiento. Supongamos que somos como una planta. Cuando algo nos limita, como el juicio, o algún factor externo, es como un vaso que ponemos en la plantita, así esta crecerá de la forma del vaso. Y nunca vamos a conocer la información que la semilla tenía, de cómo somos realmente. No sabremos cómo vamos a ramificarnos para florecer cuantas veces sea necesario.
Como lo dijo Ovidio en su Metamorfosis: somos entes en constante movimiento. Como el agua, debemos pasar por todos los ciclos para mantenernos puros, con todas las propiedades, ser río, ser mar, nubes, tormenta, lago. Si el agua se estanca, se pierde. Somos seres cíclicos, el universo así lo es, y somos representaciones del mismo. Somos ese mismo impulso de la energía creadora del universo. Diecisiete años viví solo del teatro, actuando, escenografiando, iluminando, dirigiendo, diseñando. Efectivamente el aventarme a hacerlo, fue lo que más me ha enseñado.
Hoy estoy viviendo desde el otro lado, el institucional.
Ahora estás en la coordinación de artes escénicas de ISC, ¿cuál ha sido tu aprendizaje en esta coordinación?
Según Nietzsche, en la música deben de existir lo apolíneo y lo dionisiaco. Apolo es la norma, el tempo, lo inamovible, el orden, la ley. Dionisio es el dios del vino, y representa el fluido, la cadencia, la suavidad, la pasión; y esta mezcla o fusión, el equilibrio de estas dos fuerzas, es lo que hace que una pieza musical, y según yo en cualquier pieza de arte, deben existir para darle movimiento y potencia a cualquier manifestación artística. De alguna manera, viéndolo desde afuera, en este contexto del vivir, en mi etapa creadora viví esta idea dionisiaca. Ahora en la institución siento que es el símil de Apolo. Como ser creador, como persona, debo encontrar el equilibrio entre estas dos fuerzas.
La creatividad es lo que prefería, es el lugar donde me muevo con más facilidad. La administración, y la gestión es algo complejo, y engorroso pero sumamente necesario, para poder darle potencia y continuidad a las manifestaciones artísticas y culturales de nuestra comunidad. Es algo que cualquier artista debe de vivir, para conocer las gestiones necesarias para poder llevar a cabo cualquier actividad. Estamos en momentos sumamente complejos en todo el mundo. Como ciudadanos y como artistas, debemos ser partícipes de las actividades cívicas.
Considero que todas las personas deberían de hacer arte por lo menos una vez en la vida. Así también considero que todo ciudadano, o artista, debería de participar en actividades de gestión. Eso reforzaría muchas cosas que aún, hablando en general, en el país, falta mucho camino por avanzar.
El arte es una gestación permanente, el teatro no es excepción, ¿qué hay que mejorar en Sonora?
La problemática en cuanto al teatro en Sonora es bastante compleja, es tema que da para mucho, y creo no poder exponer el problema en su totalidad.
Entre actuar y coordinar, ¿qué prefieres?
Ya he actuado de Cura, del Marqués de Sade, de Arquitecto, ahora actúo de Coordinador. Pero ya fuera de broma, que de alguna manera es en serio, prefiero actuar. El escenario es el lugar donde trabajan todas nuestras aristas del ser, el cuerpo, la mente y el alma. Es el mejor lugar de aprendizaje. La capacidad del arte de proporcionarnos información de manera subjetiva, con múltiples significados, como la poesía, es el mejor estado al que un ser humano puede aspirar. El arte proporciona un conocimiento integral, donde el cosmos se nos revela de una forma sagrada.
El momento más memorable arriba de un escenario, ¿cuál ha sido?
El escenario permite que cada vez que lo pises y lo habites, sea memorable. Así que a lo largo de esta increíble profesión, existen una gran variedad de momentos que guardo como tesoros en el baúl de los recuerdos.
Del momento que hablaré aquí es donde sentí que brotó un algo que hasta la fecha me mantiene en la investigación y búsqueda para descubrir este maravilloso fenómeno de la escena.
Fue la primera vez que sentí eso, en una obra de la secundaria, una obra muy simple, en la que yo era un Cabo que traicionaba a su General, haciéndolo quedarse en la trinchera donde sucedía toda la obra, hasta que al final llegaba un general ruso y lo mataba. Al final le tiraba un monólogo al público, precisamente acerca de la traición, después de que el General Ruso me apuntaba con su arma diciéndome: “Hizo muy bien su trabajo Cabo, pero un soldado que traiciona a su patria, nunca podrá ser un buen soldado”. Me apunta con su pistola, y la imagen se congela, mientras termino el monólogo con la frase directo hacia el público “…porque tú, puedes ser el próximo traidor”. Cabe mencionar que mientras decía todo esto al público, sentía que era verdad. Que algo estaba sucediendo. El general ruso dispara y yo me voy como tabla al piso. En el trayecto sabía que nada me pasaría. Retumba el templete que conformaba el escenario al momento de impactar en él. Observé las estrellas, la constelación de Orión quedó justo en el zenit, se plantó un silencio durante algunos segundos acabándose con un estallido de aplausos que rompió aquél maravilloso silencio.
No entendía qué estaba pasando, sentí una conexión como nunca con los presentes, conmigo, y con el universo. Algo pasó, y hasta la fecha deseo saber cómo lograr eso que sucedió. Creo que en ese momento se logró la comunión. El teatro es la mejor manera de comunicarnos, de conocernos. Porque nos involucramos y nos descubrimos como individuos y como especie.
¿Cuál es y debe ser la función del arte en el ser humano, en las sociedades?
Más allá de los conceptos que casi todos conocemos acerca del arte, creo que su verdadera función como lo dice Ernst Fischer es un medio indispensable para fundir al individuo con el todo. Su función es para llegar al autoconocimiento y con ello el conocimiento de que somos todo. Que somos el origen y el fin en este fragmento congelado de eternidad, como lo diría Platón: El hombre desea ser algo más que él mismo, el ser desea encontrarse en la totalidad.
En este sentido, al fundirnos en el todo, podemos sentir lo que otros sienten, estar en los zapatos del otro, y saber que somos, con el universo, un mismo organismo, una especie de árbol milenario, que necesita del bienestar de todas sus células para que esté sano.
En esta era donde lo que nos mueve es el éxito, lo económico, el poder, etcétera, donde los valores espirituales dejan de tener sentido, el arte funge o debiera fungir como punta de lanza para contrarrestar este leviatán que nos domina y nos oprime, y no permite conocernos con total libertad.
mb.