Ricardo Solís
Es posible que el nombre de Carolyn Forché (Detroit, Estados Unidos, 1950) no diga mucho a la mayor parte de los lectores en esta época; de hecho, esta poeta, maestra y activista estadunidense se distingue por practicar –y defender– una “idea” de escritura no muy popular entre quienes pugnan por vaciar de contenidos su lenguaje para convertirlo en el sustento de un discurso que, vistoso o no, juzgan como “contemporáneo”.
Lo anterior viene a cuento porque hace poco cayó en mis manos el poemario El país entre nosotros (Valparaíso México/ Círculo de Poesía, 2015), de Forché, un libro que –bajo la traducción de Andrea Rivas– muestra su “edad” (fue publicado hace más de tres décadas) sin aspavientos ni pudores, y exhibe un seductor tono de pesadumbre en el que se suceden palabras que describen, relatan o hacen referencia a algunos de los eventos más devastadores en la historia del pasado siglo.
En estos términos, aunque la fuerza evocativa de estos poemas nos deja en claro que sus protagonistas comparten con el lector su testimonio –sea sobre la vida en la España franquista, la clandestinidad durante la guerrilla en El Salvador o la Guerra Fría en Alemania o la Unión Soviética–, no es menos importante la destreza formal que, de acuerdo con Joyce Carol Oates, da cuenta de la habilidad de Forché para conseguir un maridaje efectivo “entre lo político y lo personal”, algo que la emparienta con otros poetas de lengua inglesa, como Philip Levine o Denise Levertov.
Con todo, lo que a mí me impresiona (o satisface) es la calidad con la que la traductora (Rivas) permite –casi– prescindir de las versiones originales en inglés, para así lograr un efecto de ritmo envolvente donde conviven la desgracia y el encanto, la denuncia y la supresión de la voz, la ofensa colectiva y la historia particular: “Margarita, te escapas de casa/ con explosivos plásticos envueltos en periódico,/ el dossier de tu más querida amiga/ cuyo cabello creció hasta el suelo de su celda”.
Lo mismo que un riesgo, los poemas de Forché significan asimismo la siempre latente posibilidad de “decir” sin complejidades abstrusas pero sí con el privilegio de topar con palabras que no persiguen “sorprender”, creo, sino “afectar” (ojo: no digo “conmover”, aunque se consiga por igual) directamente cualquier concepción donde conviva la convicción política con el deseo de comunicar la injusticia y un estado de cosas en el que el terror puede tornarse dolorosamente común: “Un joven soldado al rayo del sol usa su cuchillo/ para pelar el rostro de un hombre muerto// y lo cuelga de la rama de un árbol/ que florece con semejantes rostros”.
Sí, se trata de lo que a veces llamamos “poesía testimonial” pero no debe olvidarse que El país entre nosotros se publicó originalmente en 1981, en un contexto mundial (político, social o literario) muy distinto del actual; sin embargo, pienso que los poemas de Forché han envejecido muy poco (o nada) si se toma en cuenta que sus versos acuden como entonces a una realidad de la que no deberíamos apartarnos, “incluso cuando estamos curados del silencio íntimo/ cuando sin razón alguna una mañana/ empezamos a escuchar el ruido del mundo otra vez”. Porque si algo tiene ese ruido es, precisamente, lo insistente que es.