Café Trotsky, chilo el que lo beba*

En aquella segunda mitad de los noventas recuerdo que empezamos a planear escribir, nos compartíamos textos ya de nuestra autoría. Nos aplaudíamos entre nosotros, pero como nadie nos publicaba –casi- pues pensaba que tal vez éramos no buenos escritores, por no decir malos.

 

Omar Gámez Navo

Uno acude a ciertos libros como a un concierto. Soy de los que celebro, siempre, esos libros musicales, de esos que te van dejando pistas ya sea de un soundtrack individual o de toda una generación. He aquí uno de esos libros, en primera instancia, con música entreverada entre texto y texto. Y también va más allá –porque la palabra así es-, por ejemplo, con solo mencionar a Arturo Hernández, aquel VJ de MTV en el texto de Pacífico Mexicano, que, si mal no recuerdo, en su programa tenía un segmento en el que leía carta de los televidentes y estoy seguro que el autor de su puño y letra le ha de haber declarado su amor en una misiva. Je.

Pero bueno, acá el punto es la música que hay en este libro; es más, hasta como en un fenómeno de esos que llaman “metalenguaje” o algo así, están presente los ritmos. A ver si me explico, por ejemplo, al estar leyendo, el solo encontrarme en el libro al VJ antes mencionado llega a mi cabezota mucha, pero mucha música de la que ponía ese bato en su programa.

Hay otra parte sublime en la que el personaje del mismo texto menciona que una de sus juveniles prioridades era mantener siempre con baterías su walkman… Esto me provocó una cascada de música en la pomata: alice in chains, smashing pumpkins, los beastie boys, aquellas bandas del entrañable metal mexicano, ese llamado “otro rock” nacional que me parecía que yo era la única persona del mundo que la escuchaba.

Conozco a Joel García como un lector voraz y por supuesto como amigo de inenarrables aventuras. Dealer de libros y autores que tal vez nunca pensé en encontrarme. Pero también autor de anécdotas, de esas que siempre pensamos que serían dignas de escribirse.

En aquella segunda mitad de los noventas recuerdo que empezamos a planear escribir, nos compartíamos textos ya de nuestra autoría. Nos aplaudíamos entre nosotros, pero como nadie nos publicaba –casi- pues pensaba que tal vez éramos no buenos escritores, por no decir malos.

Yo siempre confié en nosotros, en los amigos que nos interesamos por esto de la escribidera. Reitero, tenemos, como se dice a veces, primeros buenos libros, es decir nuestras primeras publicaciones fueron bien aceptadas y/o dieron de qué hablar. Entonces hoy –aunque ya pasaron casi 3 décadas desde aquellos textos de leche-, estamos ante un buen primer libro, este Café Trotsky de Joel García.

No vayan a creer que estoy omitiendo hablar del libro, ir al grano en sus textos. Nel, lo conozco muy bien, lo leí de cabo a rabo. No tiene desperdicio: es corto, de alguna forma hace mucho que sabemos que “mucho verbo debilita”. Además, ya habló del Café Trotsky el Carlos Sánchez, el Chapo Soto, el Miki Avilés y ahorita mismo el Lennin Guerrero lo acaba de hacer. ¿Cómo podría ganarle con sus apreciaciones de la obra a estos batos cuando nos lo pusieron de ejemplo en nuestras materias de periodismo en la Uni?

Bueno, mejor sí. En corto, el autor siempre nos tira el rollo de que él escribe “autoficción” -y siempre agrega- “lo que sea que eso signifique”, buena estrategia porque ya no dan ganas de preguntar más. Y es que uno como lector, al estar frente a textos como estos, cree o quiere saber si son autobiográficas o cómo chingados se crearon.

El estilo narrativo se queda con el lector de forma –como dicen ahora- amigable, en tanto los textos parecen hablar de alguien cercano o no, o sea, al leerlos se acerca uno a ellos… Es que desde el primer texto el personaje principal se atreve a nacer, a llegar a este mundito; la cosa transcurre, el tiempo hace lo suyo, y el niño es, educado y no por sus papás. Y la vida pasa: en algún momento el niño siente curiosidad de lo que se sentiría ser niña, se vuelve adolescente y posteriormente el libro termina en una juventud…

¿Es el mismo personaje? Cualquier lector diría que sí y esto es importante porque evidencia la pericia del autor en la continuidad y el desarrollo sustancial de los textos. Siempre recuerdo una charla de un buen par de músicos que establecían que al hacer un disco se deben ir concatenando, entre rola y rola, pistas, imágenes y palabras para crear un concepto en el que hagas cómplice de lo que se canta o se escribe a quien está al otro lado escuchando o leyendo. Esa vez entendí muchas cosas y hoy lo vuelvo a recordar con Café Trotsky: A veces no es buena receta revolver el dulce y el chile con la manteca.

Si me lo permiten, podría decir, tal vez hay un texto que podría “no encajar” con el resto, me refiero al titulado “Colosio sí”; sin embargo, es uno de los textos fuertes del libro ya que es una patada bien colocada en las posaderas contra el buen ondismo que lleva ya casi una década sin pasar de moda. No solo el buen ondismo sino de otro puño de ismos que espero de todo corazón se vayan pronto del mundo. La incorrección política como la de esta narración es de agradecerse.

*Texto leído en la presentación de Café Trotsky, en el Foro de Babel, que organiza Librería Hypatia.

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