Por Hugo Medina
Manuel Parra es uno de los poetas más disciplinados y lúcidos que he leído. Desde que lo conocí en la Escuela de Letras de la Unison, me ha parecido de una sencillez admirable. Su semblante, a juego con su seriedad y parquedad de sus expresiones, me han dado siempre la sensación de que trato con un filósofo más que con un poeta. No es para nada casual, entonces, que su poesía se caracterice por una brillante economía verbal, por un ímpetu de construcción sencilla que, se adivina, ha pasado por el arduo filtro de las revisiones, como el tono sentencioso y preciso de los textos presocráticos, los cuales lucen como poesía pero tratan de la filosofía más determinante de nuestro pensamiento occidental.
Poesía exacta en virtud de que da la sensación de que acudimos a una lírica que no necesita más o menos palabras. En Breves, libro galardonado con el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2016, precisamente tendremos ante nosotros una colección de poemas concisos, imágenes efímeras que generalmente se construyen por la oposición entre una percepción estática y la movilidad que la voz poética produce.
De igual forma, el principio constructivo de estos poemas se funda en la tensión generada entre lenguaje coloquial o cotidiano y un lenguaje más retórico. A pesar de que predomina un registro lingüístico cotidiano, en los poemas se tratan los grandes temas de la poesía: la transfiguración de la materia, la fugacidad de la vida y el de la naturaleza de la composición poética. Todo ello pasa a través de la sensibilidad o tono íntimo y minimalista que la voz lírica imprime a los poemas de este libro. Así, por ejemplo, se transita desde lo más inmediato a lo cósmico a través de metáforas limpias, con un lenguaje pulido:
junto al plato
el eco del aceite hirviendo
la sal abandonada en el filo de la mesa
las yemas de los huevos encienden el día:
el día es una llamarada
Los poemas de Breves siembran percepciones en apariencia estáticas, pero que cobran movilidad gracias a las sagaces imágenes que los versos oponen: a los paisajes contemplativos les siguen el desarrollo de su antítesis dinámica, como lo que ocurre con la composición del haikú donde a una imagen inmóvil se le debe de contraponer una percepción en movimiento:
a veces el árbol también quiere ser canto,
no carbón o leña,
canto, fuego vegetal, asombro del primer pájaro en la rama
(por el durísimo tronco
trepa la oruga)
La metamorfosis que plantea la presencia de la oruga (ese sueño del árbol), que se opone al “durísimo tronco”, se vincula, principalmente, con el tema de las transformaciones de la materia. En el poema “El limonero”, el más extenso del libro, y organizado de acuerdo al tránsito del día (mañana, mediodía y tarde), los cuatro elementos se transmutan en la forma del limón:
se despierta el fuego al cruzar el viento,
sabia raíz de agua en la tierra
amo la corteza de su fruto amarillo,
El ánimo contemplativo de estos poemas propician una actitud de duda (casi platónica) de la voz lírica acerca de la naturaleza, como en el poema “El mundo todo”, donde leemos:
el trino, ¿dónde está?
el durazno, ¿dónde está?
(…)
sólo nos dejó su forma
O más vehemente como en el poema “Va al fandango”:
árbol de otro lado,
follaje de torcida rama
no es por su sombra que me detengo
era una idea y de pronto ya no es
¿quién puede asegurarlo?
Sin embargo, creo que el libro es brillante, más allá de la temática, por la técnica de la yuxtaposición de sensaciones o sinestesias, la tensión creada entre imágenes contemplativas que logran desplazarse en percepciones que se desarrollan o se van desplegando. En este ejemplo podemos observar, además de lo apuntado, un muy logrado juego de matices:
pronto la hormiga
olerá el terrón de azúcar
se detiene de nuevo y avanza la mancha de café como una nube
O en el poema “Por donde te fijes”, donde la percepción de la inminencia de la lluvia abre paso a la imagen de los rayos del sol cayendo a plomo: la transformación del entorno cotidiano en acontecer poético:
los cúmulos comienzan a hincharse de enojo en los lejanos montes
(viento que no trae las nubes, las aleja)
y una lluvia de sol moja las piedras del río
Es obvio que el sol no moja las piedras, sino el agua del río, a tono con el concepto del devenir de Heráclito (ser y no ser al mismo tiempo). También es de resaltar el juego de sinestesia creado por lo visual (“lluvia de sol”) sumado a la evocación táctil (“moja”). Es un procedimiento poético parecido al que ocurre en el poema “Es poco alivio”, donde el viento, el aroma a yerbabuena, cobran el movimiento sinuoso de la serpiente en huida:
el acecho de la serpiente
inmóvil bajo la hojarasca
esta vez no pasa nada
el zigzag del viento olor de yerbabuena
–o lo que parece–
apenas huye como animal asustado
El libro inicia con una voz poética lúdica que se resuelve en una voz lírica avocada a deconstruir su propia materialidad sígnica: son una serie de metapoemas que reflexionan sobre la realidad como posibilidad poética cotidiana:
la única ventana que da al traspatio me dice que toda la tarde llovió
las gotas se han reventado en este verso
es ahora que el vaho empaña los cristales
en los cristales el agua escribió un poema:
La meditación alcanza, incluso, materia de fenomenología del arte, en franco diálogo con la teoría poética de Octavio Paz acerca de la poesía como “el instante eterno”:
en realidad
en el poema todo está por suceder;
los instantes no son aún el instante,
no son todavía el estruendo
el silencio es forma continua
en el poema que espera impaciente ser leído
Así, pues, Breves culmina con reflexiones metapoéticas de esta índole, lo que recuerda el final de Portuaria, donde también se utiliza esta técnica para que el lector medite sobre el poema, el cual, para Parra, es el verdadero referente de toda poesía (cfr. el poema “Te diré quién eres”).
La poesía mexicana vive una especie de transición: de la poesía retórica y hermética a una poesía más coloquial, con tonos experienciales, que busca ofrecer al lector un poema vaciado de las pretensiones de la poesía intelectual y filosófica (neoclásica) que ha predominado en nuestras letras, desde Sor Juana Inés de la Cruz, pasando por los Contemporáneos y, finalmente, el Paz de Piedra de sol.
Parra, sin embargo, logra un limpio equilibrio entre la reflexión, la vida íntima de la voz poética volcada en la cotidianidad, el sorprende juego de sensaciones, la tensión técnica entre lo contemplativo y lo dinámico, así como la inclusión de poemas humorísticos o anticlimáticos (como “Camisón de tul”, “Ya no quiero”, “Me manda un papel” o “Por donde salen entran”) y una pizca de brutalidad (“Cosecha lo que siembra”). Creo que la lectura que he hecho de Breves, y en el que a mi parecer se conjugan la mayoría de los elementos composicionales aquí descritos, se resume en uno de los poemas más bellos de este libro (“Juntos todas las veces”):
por un instante
toda agua que fluye entre las ramas es agua detenida
y todo pájaro
es pájaro detenido en el poema.