Bruno Herley
Sentado en una banca, con la vista perdida entre el follaje de los árboles, encontré a Juan, un hombre de cincuenta años, de alguna ciudad del norte. El humo del tabaco salía de la cobija con la que se cubría hasta la cabeza.
—Si no tengo dinero, no hay navidad —dijo Juan mientras ponía el filtro del cigarro un poco más adentro de la boca y lo mordía.
En el cielo las nubes pasaban de un lado a otro y el viento helado zumbaba en el filo de la iglesia y el quiosco.
—No sé ni cómo paré aquí. No puedo salir —el hombre, con la mirada perdida en algún punto, chupó el cigarro y la hebra encendida casi tocó sus dedos, después lo lanzó con fuerza.
Así como él, mucha gente viene de paso, pero el puerto tiene algo: es fácil llegar, difícil salir, tal vez sea la crisis o una maldición. Si tomas agua de Guaymas, no sales de Guaymas, te vuelves una pata salada, dicen algunos.
—No recuerdo nada de mi familia —el hombre, envuelto en la cobija, agachó la cabeza y ocultó su rostro.
Las palomas de la plaza, acorrucadas en las torres de la iglesia, vigilaban con sus ojos obscuros y un que otro canto.
—Dame para comer algo, traigo hambre —me dijo y extendí la mano con unas monedas.
El olor dulzón a pierna de puerco al horno llegó al instante, nuestras tripas tronaron como pequeños relámpagos. Vi que entre los dientes de Juan la saliva comenzó a fluir.
—Hace dos días que no como. Ya no aguanto —encorvó el cuerpo y la cobija parecía desmoronarse en la banca.
Los perros, al otro lado de la plaza, pasaron en fila, seguían algo a lo lejos, husmeando todo a su paso, Juan los miró de manera melancólica y dijo unas palabras que no entendí, o era otro idioma o simplemente la incomodidad del frío no me permitió escuchar.
La tarde, lenta, tenía una pizca densa en su ambiente, había olores de cocina, voces, pasos. La navidad estaba cerca, en el centro del puerto las personas parecían un hormiguero sobre las aceras, Juan, sentado en la banca, una cobija congelada.
Al día siguiente no lo encontré, tal vez fue sobre sus pasos para recuperar algo y dejar de errar, tal vez estaba tirada en alguna esquina, tal vez fue un fantasma.
Bruno Herley. Ha publicado en antologías de poesía y cuento, tiene una novela corta de nombre Dios es solo un nombre (cómo matar un pájaro con marketing), disponible en Amazon.