Carmen Aurora Martínez
El día de hoy abrí mis ojos y te extraño. No recuerdo con exactitud cuál fue la última ocasión que te encendí. Desde mi memoria allí te encuentras, el mismo lugar donde te dejé, diferente, por supuesto, empolvado. Empolvado y apagado.
Me llamas la atención, no me imagino que platicarás el día de hoy cuando te encienda, la incertidumbre carcome mis manos y mis oídos mucho más. Ya quiero oírte, no espero más y me acerco a ti para prenderte y escucharte y a la vez flotar mis palmas con ese pañuelo para desaparecer ese polvo y que regrese de nuevo tu brillo que te hace ver especial cuando no te echo al olvido, cuando me encuentro con mis ánimos por los suelos y más abajo si quiero. En ocasiones, tú pagabas los platos rotos, me molestabas y pasaba por mi mente arrojarte por la ventana y no oírte nunca más.
Pero no, ¿cómo me voy a deshacer de ti? Si tú me das alegría cuando estoy triste, enojada, y cuando se me cierra el mundo y más cuando echas al aire esas rolitas que me encantan, me traen bellos recuerdos; ándale, como esa que estoy oyendo de Joan Sebastián, Y las mariposas, si no estuviera escribiendo me pondría a cantar y bailar con tu volumen hasta el tope.
Frases, versos y consejos me has brindado, sin importar quién está detrás de esas voces que emites día a día, tú eres quien hace que llegue a mis oídos lo que tanto necesito: música, noticias, frases que me estimulas a buscar más alternativas y no seguir agüitada. Si no existieras ¿por medio de qué o quién, podrían transmitir el mensaje, la voz, TODO?
El primer radio que hubo en mi casa mi madre lo colocaba sobre una repisa sobrepuesta en una de las paredes de cartón y madera. Cómo olvidar el olor a nuevo, negro y brilloso como un diamante recién pulidito, con ganas de no sacarte de tu envoltorio, pero no sonarías de igual manera. Después te coloqué sobre esa mesita, redonda, si bien recuerdo por casi dos inviernos permaneciste sobre de ella; con el paso del tiempo, la mesa se empezó a desbaratar sola, el aserrín caía como loco y la mesita ni se diga, a pesar de eso seguía allí, eso sí, nomás te recorría para que no calleras al suelo y te apagaras y no prendieras de nuevo.
Hoy en día la tecnología ha cambiado bastante, pero en mi mente aun sigues como ese día que mi padre te compró para que te oyéramos en casa.